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JAVIER JIMÉNEZ Ya en el portal rotulado con el número 4 de la calle Felipe II, en plena barriada de Corea, te sacude un olor fétido, intenso. Lo peor, sin embargo, está dentro. Alguien ha desencajado la puerta de una planta baja y en su interior se acumulan kilos de excrementos en el suelo, junto a aguas fecales estancadas. El hedor es insoportable y en esa finca viven ocho familias, que suman 20 personas. Es la cara oculta de la ciudad; la vergüenza de Palma.

«Hace tres años que aguantamos esta situación», comenta Rebeca, la vecina del segundo. A ratos se resigna; a ratos se rebela. La casa pocilga es de una mujer que se marchó del bloque y no arregló las tuberías del baño, que reventaron. Casi a diario excrementos y aguas sucias inundan el piso, convertido ahora en un estercolero. Un nido de ratas, insalubre y fétido.

«Estamos desesperados, hemos recurrido al ayuntamiento, a la Asociación de Vecinos, a Sanidad y al final todos se pasan la pelota. Si hay un brote de tifus ya veremos como reaccionan». Gabriel es el vecino más afectado. Él y su mujer, Paqui, viven justo enfrente del inmueble inmundo. A dos metros, puerta con puerta. Cada mañana, al abrir, un hedor les golpea el olfato, recordándoles que en los 50 metros cuadrados de enfrente la sombra del tifus planea sobre las aguas sucias estancadas.