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JAVIER JIMÉNEZ «Oiga, ¿dónde está su hijo?». Son las seis y media de la mañana y el puerto de Palma registra una actividad normal en el control de llegadas de pasajeros. Acaba de atracar en buque Murillo, procedente de Valencia. Los pasajeros bajan de forma escalonada y uno de ellos, de 29 años, lleva en una de sus manos una mochila infantil, con unos dibujos de Spiderman.

No hay nada sospechoso en él: viste correctamente, se comporta con naturalidad. Sin embargo, una inocente pregunta de un guardia civil lo desenmascara. Son cinco palabras, que conforman la ruina de Marcos M.A., un narcotraficante asturiano que pretendía ganar un dinero haciendo de 'correo'. «¿Dónde está su hijo?», le repite el agente. El recién llegado se pone lívido, le empiezan a sudar las manos y no acierta con una explicación. El guardia lo mira extrañado, al fin y al cabo la pregunta es muy simple. Ha reparado en un padre de familia que llegaba con una mochila infantil, pero sin el niño. Pasan unos segundos, que se hacen eternos para Marcos, y el agente se pone sobreaviso. Hay algo extraño en todo aquello y el nerviosismo del pasajero va en aumento. «Venga con nosotros, por favor», le piden. Los funcionarios aún no lo saben, pero el 'narco' comprende que es su fin.

El drama llega a su fin: en un breve cacheo se descubre que sus pantalones ocultan una faja de mujer, de la cintura a las rodillas, moteada con pequeños compartimentos que esconden 44 pastillas de droga. En total, un alijo de 1'6 kilogramos de cocaína, de gran pureza. Marcos había adquirido la sustancia en Colombia y de ahí había viajado a Barajas. Lo sorprendente es que pasó todos los controles y asombrado por tanto éxito intentó un último quiebro a las fuerzas de seguridad. No tomó el vuelo previsto de Madrid a Palma, sino que tomó un tren hacia Valencia. En cambio, sí embarcó en Barajas su maleta, que voló a Son Sant Joan sin pasajero, lo que constituye una grave anomalía en materia de seguridad.