Dos guardias civiles sacan del coche a Antonio S.O., ayer en s'Arenal de Llucmajor. Foto: ALEJANDRO SEPÚLVEDA

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JAVIER JIMÉNEZ A las ocho de la mañana la calle Trencadors de s'Arenal registra una actividad inusual. Empiezan a llegar algunos vehículos de la Guardia Civil y los vecinos comentaron lo que parece un secreto a voces: «Van a buscar el cadáver de Margalida en la casa de Antonio. Dicen que está emparedado».

La tensión va en aumento. Catalina y Miquel, los dos hijos de Margalida, esperan en la calle, acompañados de sus respectivas parejas. También algunos nietos de la casera de s'Arenal pululan por Trencadors, con el corazón en un puño. «Si vienen a buscarla aquí es porque tienen algo», apunta uno de ellos, más esperanzado que seguro. La furgoneta de unos obreros aparca justo delante del número 29, donde Antonio S. tiene su casa. Se apean y comienzan a montar una red alrededor del garaje, para que los curiosos no sigan en directo la excavación. La medida sirve de poco, porque cada vez llegan más vecinos. Cortan la calle y los martillos compresores empiezan a taladrar, con estrépito.

A las nueve de la mañana traen al detenido, esposado y sin el cinturón o los cordones de los zapatos (medidas habituales para evitar que los arrestados se autolesionen). Antonio, con un movimiento ágil, se cubre el rostro con su chaqueta azul. El detalle indigna a muchos ojos que lo escrutan: «Da la cara, cobarde», le grita una mujer. Miquel Serra, el hijo de Margalida, pierde los nervios y también lo abuchea. Son momentos de máxima tensión y al final Antonio es introducido en su casa, para que colabore en el registro judicial. Ha perdido la frialdad de antaño, aunque no se derrumba.

La rampa de su garaje fue modificada justo después de la desaparición de Margalida y la Guardia Civil sospecha que la mujer entró en Trencadors 29 y nunca salió. Esa obra reciente centra toda la atención de los investigadores. La cuadrilla de obreros levanta el suelo, pero no aparecen restos humanos. Debajo hay un pozo, y tampoco allí se encuentra ni rastro de la casera. Dos perros adiestrados se mueven nerviosos por la casa de Antonio, olisqueando aquí y allá. En la calle, se reabre el tráfico. Algunos conductores se detienen junto a la red que cubre el garaje, curiosos. «No se paren, continúen», les grita un guardia civil de uniforme, apostado junto a la casa de Antonio.

Los residentes cuentan que la vivienda no tiene permiso, que la construyó él mismo, a su manera. Y que últimamente la quería vender: «Tenía mucha prisa por quitársela de encima». Pasan las horas y el desánimo comienza a cundir entre los investigadores. Había muchas esperanzas en localizar los restos de Margalida Bestard. Incluso se especulaba con que Àngeles Arroyo, la otra desaparecida que se le atribuye a Antonio S., estuviera enterrada allí.