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JAVIER JIMÉNEZ «Está armado, puede matar a alguien». Son las tres y media de la tarde y un calor sofocante asfixia la calle Martí Boneo, una travesía de la avenida de San Fernando, junto al cuartel de la Policía Local de Palma. Un vecino da la voz de alarma: un joven armado y vestido con ropas paramilitares se ha atrincherado en uno de los pisos. El gran operativo para reducirlo está a punto de empezar.

Los primeros en llegar son los agentes de la Policía Local, pero, dada la gravedad de la situación, se hace cargo del caso el Cuerpo Nacional de Policía. El comisario Alfonso Jiménez coordina in situ el operativo y cinco vehículos policiales cortan la calle. La UPR (Unidad de Prevención y Reacción) comienza a desplegarse, armados con escopetas, chalecos antibala, escudos y cascos. A pie de calle, pese al bochorno de los treinta grados de temperatura, cada vez son más los vecinos que se congregan tras el cordón policial. «¿Qué ocurre?», pregunta con insistencia una vecina, a la que le prohíben la entrada en el edificio rotulado con el número 67, el bloque donde está atrincherado el joven.

Sus compañeros de piso cuentan que se ha consumido speed y pastillas y que J.R.S., de 30 años, está muy alterado. Los ha amenazado con un fusil submarino y no les deja acceder a su casa. Los jóvenes, en primer lugar, llaman a un cerrajero, pero cuando la situación se complica piden ayuda. A las cuatro menos veinte llega un camión de bomberos, que despliega un brazo articulado para que los equipos puedan entrar por un balcón. Al final se descarta esta posibilidad y se apuesta por un asalto clásico, es decir, tirando la puerta principal abajo.

Los bomberos empiezan el trabajo, pero J.R.S., un barcelonés que pasa una temporada en Palma, está fuertemente atrincherado. Ha atrancado la puerta con la hoja de otra, a modo de contrafuerte. Sus amigos insisten en que hay peligro de que intente atentar contra su vida y el comisario Jiménez decide dar la orden de derribar la puerta. Los bomberos utilizan un gato hidráulico y los policías apoyan con un mazo. La punta de lanza queda protegida por otros agentes armados con escudos, por si el sospechoso abre de forma inesperada. El asalto se ejecuta de forma aséptica y el albañil catalán no ofrece resistencia. Está sentado en un sillón, junto al arpón y tres cuchillos, esperando a que los funcionarios irrumpan en el piso. Su detención se consuma en segundos y tras ser esposado es bajado a la calle, rodeado de fuertes medidas de seguridad. Es un joven corpulento y temen que pueda tener una reacción violenta o que trate de huir. En la avenida de San Fernando espera una ambulancia, que lo traslada a Son Dureta para que los médicos confirmen si se encuentra bajo los efectos de sustancias estupefacientes o si presenta algún tipo de alteración emocional.

La operación no finaliza con la detención. Los policías registran el piso y encuentran, además de las armas, algunos envoltorios cuyo contenido será analizado. En la calle los curiosos comienzan a dispersarse, algunos defraudados: «Pensábamos que habría tiros».