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«Ella hablaba poquísimo castellano y por eso estaba siempre encerrada en su casa. Sólo salía para hacer la compra o recoger a su hija en el colegio. Hablaba con muy poca gente».

María, vecina de la calle Sol, recuerda a la fallecida como una joven «muy tímida e introvertida», que apenas tenía contacto con los otros residentes ni tampoco con la comunidad búlgara de Santanyí y Cala Figuera. A él, en cambio, se le veía más por el pueblo, sobre todo porque trabajaba como jardinero y era habitual en fincas o casas de la zona.

Los dos eran bien parecidos. Él medía un metro ochenta y era corpulento, algo gordo. Ella era de piel muy blanca y de elevada estatura. Nadie pensaba que tuvieran desavenencias graves, porque nunca habían protagonizado altercados graves en Santanyí. «A veces le traía un regalo al niño, que era una monada de lo simpático que era. Me da muchísima pena que ahora los dos hermanos acaben en un centro de menores. Cuentan en el pueblo que los pocos familiares búlgaros que residen en Mallorca no tienen demasiado interés en hacerse cargo de los niños», contó una señora que conocía a la familia y que ayer, al mediodía, no daba crédito a lo ocurrido: «Ayer mismo estuve tomando algo en su casa. Cuando hoy he escuchado los rumores en el pueblo he caminado hasta la casa de la calle Sol porque no me podía creer que fueran ellos».

Margalida y Joana, otras dos residentes, también estaban ayer muy preocupadas por el futuro de los dos hermanos: «Deberían quedarse en el pueblo, porque se habían integrado muy bien. Él es pequeñito, pero su hermana tiene muchas amigas y es una crueldad que ahora también la separen de ellas».

En el bar Can Neo, cerca del lugar del crimen, Andy y Ana, los dueños, contaron que Giorgi «sólo tomaba café descafeinado, no alcohol como dicen hoy por ahí». El Ayuntamiento de Santanyí ha organizado para el miércoles a las 12.00 horas una concentración en repulsa por el crimen.