Imagen de archivo del director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Félix Sanz Roldán, a su llegada al Congreso para comparecer ante la Comisión de Secretos Oficiales. | Paco Campos - EFE

TW
7

«Tiene afición al engaño en todos los ámbitos de su vida». Esta es quizás la frase más suave del informe que sirvió para despedir al agente 8882 del CNI, una expulsión confirmada ahora por la Audiencia Nacional que también se basó en relaciones con islamistas radicales e intentos de ser espía doble.

El agente entró en el centro en 2007 y fue despedido en agosto de 2014, en plena baja laboral por problemas psicológicos (ansiedad, ánimo triste, alteración del sueño, todo ello con «un sentimiento de desesperanza y minusvalía").

Alegó entonces que esa había sido la razón para su cese, pero el CNI lo niega en un informe demoledor que narra las «peripecias» de este empleado público que suponía un «riesgo para la nación».

La Audiencia Nacional rechazó en julio de 2015 el recurso a su despido y el pasado diciembre confirmó la expulsión, afirmando en sus sentencias que la «lealtad, fiabilidad y honestidad» de las que carecía son requisitos «imprescindibles para continuar en el CNI».

La primera sentencia explica con pormenores el carácter de 8882. Era «vanidoso y arrogante» y también especialmente adulador con sus jefes, para obtener su apoyo, y con sus compañeros, para «aparentar ser más de lo que es».

Y es que estaba acomplejado por su nivel profesional, pero superaba el obstáculo «con rasgos de vanidad y arrogancia» y acudía al engaño. El informe habla de «falsificación, fingimiento, enredos, simulaciones y estratagemas».

Registraba unos gastos «excesivos» en su cuenta corriente mientras recibía apoyo económico de su familia, no iba a trabajar sin justificarlo, tenía hachís e incluso llegó a grabar a una compañera de trabajo manteniendo relaciones sexuales y lo difundió entre sus colegas.

Esto desde el punto de vista personal, pero la vertiente laboral es todavía más sorprendente; según el informe de despido que recoge la sentencia, el agente mantenía relaciones con los servicios de inteligencia marroquíes a espaldas de sus superiores e incluso se le intentó captar dentro de un proceso de «contrainteligencia».

Ocultó también a sus jefes contactos con un islamista radical con el que coincidió en su etapa de estudiante e intentó comunicar con una personas detenida por blanqueo de dinero relacionado con el narcotráfico y el islamismo radical.

Tampoco ayudaba, según el informe, a mejorar la imagen del CNI cuando contaba «medias verdades» sobre el centro, se apropiaba de acciones de sus compañeros como si las hubiera hecho él y se inventaba «sucesos completamente falsos» como asesinatos o interrogatorios violentos.

Pero las razones de despido no quedaban ahí; 8882 hizo fotos dentro de las instalaciones del CNI que luego envió por internet y consultó información de sus bases de datos para terceras personas, incluido un ciudadano marroquí.

Lejos de cumplir el principio de discreción que rige a los trabajadores de la inteligencia española, la mayoría de su entorno sabía que estaba empleado por el CNI y hacía partícipe a los demás del organigrama del centro, de las personas que allí trabajaban, destinos, misiones y su participación en operativos sonados.

Estas dos vertientes le valieron el despido, defendió el CNI ante el tribunal, por poco leal y fiable.

«Básicamente -aseguraba-, se considera un alto riesgo no asumible la combinación de los dos aspectos principales aquí expuestos: un comportamiento que se ha evidenciado como deshonesto, desleal, mendaz e inseguro y las vinculaciones con sujetos de alto riesgo para el centro».

De hecho, el CNI no descarta que sus relaciones «no se hayan materializado ya en una manipulación en beneficio de servicios de inteligencia extranjeros, grupos terroristas u otras organizaciones subversivas o individuos cuyos intereses puedan constituir una amenaza para los intereses de España».