Pulsa sobre la imagen ampliar la infografía: Los clanes de Son Banya, calle a calle. | Santiago Viedma

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El antiguo califato de Son Banya ha mutado en un reino de taifas. Y ahora la lista de los pequeños narcos, jóvenes e inexpertos, que quieren tomar el poder es larga, casi como la de los reyes visigodos. Pero hay un detalle inquietante: entre tanto vacío de poder y ausencia de un monarca, el súper de la droga ha resurgido.

Los reiterados golpes policiales, la caída de ‘La Paca' y, más recientemente, la pandemia condenaron al ostracismo al gueto, que languidecía al mismo ritmo que el virus se propagaba. Los narcos, en previsión de una debacle económica, se mudaron a La Soledat, Son Gotleu y ‘Corea'. Pero en las últimas semanas se ha llegado a un punto de inflexión: las terceras generaciones –como ‘El Nano' o ‘El Chenchito', nietos de Francisca Cortés Picazo– quieren tomar las riendas. E imponen sus condiciones. La primera ha sido una exigencia irrenunciable: la marihuana, poco a poco, desbancará a la cocaína.

60 euros el gramo

El polvo blanco, que en Son Banya siempre ha sido de una pésima calidad, se sigue vendiendo a 60 euros el gramos, pero la logística para moverlo es compleja. Y las condenas muy duras. La ‘maría', en cambio, es fácil de cultivar, se vende como rosquillos y la Ley la contempla como una droga blanda. Las penas, pues, son ridículas.

Así las cosas, los jóvenes de los clanes de ‘El Ove' (cuyo líder sigue fugado), ‘La Rosario', ‘Los Andújar', ‘El Pitillo' o ‘La Paca' venden marihuana casi al mismo nivel que la cocaína. Algo impensable hace unos años, cuando ‘El Ico' y ‘La Guapi' intentaron imponer su ley. El ‘chivato' de ‘maría'se vende a 5 euros y su calidad es distinta a la de otros barrios de Palma: más floja, con productos químicos para acelerar su crecimiento de cuatro a tres meses. La heroína, tan ochentera, sigue presente en el poblado cuarenta años después. Los compradores son los yonkis más decrépitos. Los ‘zombis', que dicen los gitanos. Muertos vivientes. Se la inyectan o la fuman, a veces mezclada con crack. En las paredes que limitan el gueto, hay zonas donde se reconoce el rastro de los heroinómanos: hay manchas de sangre en el muro, de cuando se atraviesan buscando la vena. Las pastillas alucinógenas, en cambio, nunca han sido bien vistas allí: el LSD no entra, porque casi no hay consumidores, y el ‘éxtasis' es casi simbólico.

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Los días fuertes son los fines de semana. En un día laborable hay un centenar de coches que entran y salen de Son Banya, para comprar su dosis. Los sábados y domingos, la cifra casi se duplica. «Y si hay fútbol ya es una locura», apunta un experto mando policial antidroga. El dato lo corrobora uno de los residentes: «Hay sábados noche que esto parece la cola del Carrefour». Los conductores casi siempre suelen ir solos. Y todos conocen los 30 puntos de venta que hay ahora mismo activos en el poblado. Cuando ‘Los Valencianos' arrebataron el narcotráfico a ‘La Paca', la cifra era mucho mayor, pero luego llegó el mencionado declive y todo cambió. Hasta ahora, que algo se vuelve a mover.

PALMA.
La basura se amontona en todas las calles, sin excepción.

Chatarreros

Pero es un error pensar que todas las familias se dedican a lo mismo. Hay algunas que sólo recogen chatarra y no tocan las drogas. En la actualidad quedan en pie 125 casetas. Chabolas a simple vista pero algunas, en el interior, esconden todo tipo de lujos: puertas blindadas, azulejos caros, sanitarios de las mejores marcas, teles gigantes y muchos aparatos de aire acondicionado, que los narcos odian pasar calor. Estos meses también se ha detectado una tendencia: algunos clanes debilitados traspasan sus puntos de venta por un módico precio de 6.000 euros. Las ventas vuelan. El clan de ‘Los Andújar', por ejemplo, sigue empleando a los que llaman ‘payoponis', sudamericanos ilegales que atienden el negocio y dan el agua si llega la policía. Pero los ecuatorianos son cada vez menos en Son Banya, porque muchos de ellos han sido condenados a penas de entre 6 y 8 años y se ha corrido la voz.

PALMA.
Una mujer con un cochecito pasa junto a la policía, en la explanada del gueto.

La Policía Nacional ha detectado que algunas viviendas derribadas por el Ayuntamiento han sido reconstruidas. De ahí que ahora se coloquen pilones en el centro de la propiedad derruida, para que no puedan alzarla de nuevo. De cualquier forma, en la nueva normalidad de Son Banya pocos narcos viven ya en las chabolas. La mayoría ha emigrado, sobre todo a La Soledat. Aunque van con mucho cuidado de no recalar en la calle Teix. Que ese es territorio de ‘El Pablo', el último histórico del narcotráfico. Y no es cuestión de importunarlo.

Fanáticos de las fincas y las peleas de gallos

En los 90 y hasta hace poco, el sueño de cualquier narco de manual de Son Banya era comprar un BMW M3, con más de 300 caballos. Coches de 111.000 euros que en el mercado de segunda mano encontraban más baratos. Ahora, hasta esto ha cambiado. Las nuevas generaciones saben que muchos de sus predecesores cayeron precisamente por hacer tanto ruido y ahora su sueño es comprar una finca e instalar un estadio para las peleas de gallos, que empiezan en enero, por un tema de plumaje. Esa es su perdición. Allí juegan auténticas fortunas, en apuestas enloquecidas. Las citas son cada 15 días y los terrenos están ubicados en las afueras de Palma o en la Part Forana. En Maria de la Salut, por ejemplo, ‘El Morro' tenía sus gradas.

PALMA.
Presencia policial tras los incidentes del domingo con ‘El Nano'.