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Para ser el juicio del ‘caso Cursach' se habla muy poco de Bartolomé Cursach. Su abogado, Enrique Molina, se pasa días sin apenas intervenir más que una o dos veces. La mayoría de testigos le conoce de oídas. Por eso ayer llamó la atención cuando una testigo dijo ser amiga suya. Es la viuda de un empresario ya fallecido que denunció extorsión policial por parte de algunos de los acusados para que contratara a policías como personal de seguridad. Resulta que Cursach era el dueño del inmueble en el que estaba la discoteca. Lo que planteó Molina es la paradoja de que una supuesta estructura controlada por Cursach presionara a empresas en las que, indirectamente, este tenía intereses.

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El que no apareció fue el responsable del burdel ‘El Templo del Faraón'. La Audiencia no le localizó y las partes renunciaron a su declaración. La subtrama del club de alterne y la instalación de cámaras en él fue uno de los primeros grandes éxitos del caso, allá por 2016. Con estrellas invitadas.

Preguntar perjudica gravemente la salud

Hay una discrepancia sobre las preguntas que se hacen en la bancada de los abogados defensores. Una parte cree que si lo que dicen los testigos no incrimina a nadie no es necesario preguntar porque evita introducir datos incriminatorios que no están ya en el debate. Otra parte insiste no dejar cabos sueltos. Ayer, el tribunal hizo una advertencia por estos excesos a una letrada: «Puede perjudicar gravemente a su cliente». Como fumar.