Esteve Gomila señala el lugar donde murió su vecino, Andreu Pascual. | Ultima Hora

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Era el 21 de julio de 2002 cuando un residente de Sant Llorenç contó, muy alterado, que se había encontrado con su vecino muerto junto al tractor y que había sufrido «un accidente» en su finca. En realidad, Esteve Gomila, de 46 años, estaba fingiendo para que la muerte de Andreu Pascual, de 69, pasara como un desgraciado percance. Uno más de los muchos que ocurren cada año en la Part Forana con vehículos agrícolas. Esta es la crónica de un crimen que solo se pudo desentrañar con la exhumación del cadáver y el olfato de un investigador prodigioso: Tomás Sastre.

Esteve estaba considerado un hombre de carácter violento y agresivo. Poseía un terreno que está justo al lado de la que tenía Andreu. En este último había sembrado un almendro, que lindaba con el terreno de Esteve, y cuando caían las hojas lo hacían en su finca. Esta circunstancia molestaba sobremanera al cuarentón, que se había encarado en distintas ocasiones con el sexagenario. Andreu, en cambio, era «una buena persona», en palabras de sus vecinos, que nunca se metía en problemas. La cara y la cruz de una misma moneda.

El cuerpo sin vida de Andreu se encontraba a unos metros del tractor y otro vecino de la finca intentó acercarse, llegando a hablar con Esteve, que no le dijo nada del fallecimiento. Poco después Esteban se marchó con su coche de la finca y vio que se acercaba otro vecino con un tractor.

Esteve, en mitad de la foto, durante la reconstrucción de los hechos.

Entonces dio marcha atrás, pensando que el vecino no le había visto, y cuando éste último llegó a la altura de su finca le dijo que acababa de encontrar muerto a Andrés, «quizás por una caída del tractor cuando estaba labrando». Entre ambos lo metieron en un coche para llevarlo a un centro médico.

Fueron pasando los meses y a la familia de la víctima la historia no le cuadraba. Un médico y el juez de paz de Sant Llorenç habían firmado la muerte «natural» de Andreu, en concreto por un repentino infarto. Fue entonces cuando los allegados contactaron con una leyenda de la Guardia Civil: el entonces sargento Tomàs Sastre, que había sido jefe de la Policía Judicial de Manacor y en esos momentos estaba destinado en Palma. El mallorquín había esclarecido crímenes sonados y tenía un olfato antológico.

PALMA - JUICIO AL HOMBRE QUE ASESINO A SU VECINO EN SANT LLORENÇ.
El acusado sentando en el banquillo de los acusados, en la Audiencia de Palma.

Tras reunirse con la familia, el mando fue informado de las malas relaciones que mantenían el fallecido y el vecino que supuestamente lo encontró muerto. Sastre pidió por el tractor, que estaba en un garaje, y se subió a él. Enseguida vio unas marchas de sangre que, por su trazado, eran imposibles que se hubieran producido de forma accidental. La sombra de un crimen cobraba fuerza.

El mítico guardia civil primero Juan Galán, el agente Federico o el también sargento Quico, entre otros, se pusieron manos a la obra y decidieron que sólo había una forma de comprobar que Andreu había sido asesinado: exhumando el cadáver que llevaba meses en el cementerio.

El juez de Manacor autorizó la exhumación y el talentoso forense Javier Alarcón fue el encargado de practicar la autopsia. El examen fue demoledor: el sexagenario presentaba fracturas en la cabeza y las costillas y había sido víctima de una brutal agresión, presumiblemente con una barra de hierro. El caso, entonces, dio un vuelco y Esteve, el vecino con mala fama de Sant Llorenç, fue detenido.

El médico que había firmado la defunción por muerte natural y el juez de guardia también fueron imputados y expedientados, por su gravísima negligencia. En una siguiente inspección ocular apareció la barra con la que había sido asesinado el anciano y el círculo, poco a poco, se comenzó a cerrar entorno a Esteve.

El sospechoso ingresó en prisión y en febrero de 2003, acompañado de una comisión judicial, regresó a la escena del crimen, para reconstruir los hechos. Siempre negó que lo hubiera atacado con la barra, pero su versión hacía aguas por todos lados.

El 26 de abril de ese año se celebró el juicio en la Audiencia de Palma. El fiscal pedía 20 años de cárcel y la defensa, la libre absolución de Esteve. El acusado se mostró frío, distante. Casi gélido. Sin mostrar emociones. Finalmente, el jurado lo declaró culpable y fue condenado a 12 años de prisión. Tampoco reaccionó cuando se leía el veredicto contra él. Ya ha cumplido la pena y está en libertad.