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El 11 de septiembre de 2013, Diego Antonio Galeote Rosselló acudió a un centro comercial y compró un arcón frigorífico. Lo que nadie sospechaba es que ese profesor de religión, de conducta intachable y querido por todos sus vecinos, acababa de matar a su hermano Víctor, al que había troceado y planeaba esconder el cuerpo en el congelador. Esta es la crónica de un crimen que horrorizó a los residentes de Pere Garau y que se saldó con una condena contenida por la confesión del homicida.

El 30 de septiembre, el acusado, atormentado por los remordimientos, se presentó en la Jefatura de Policía, en la calle Simó Ballester de Palma, y confesó los hechos. Explicó que su hermano vivía con él desde hacía aproximadamente un año. Se quedó en su vivienda cuando la madre le echó de su casa y se fue a vivir a la Península.

Entonces, para no dejar a Víctor en la calle, el homicida confeso le dejó quedarse con él. En principio, este acuerdo era para unos días, hasta que la víctima encontrara un sitio donde quedarse de forma definitiva. Víctor, un vigilante de seguridad de 32 años, se había separado y atravesaba por un mal momento personal. Su familia contó después que era violento y que maltrataba a la madre.

El acusado, durante la reconstrucción de los hechos, en el piso de Pere Garau.

Los dos hermanos convivían en un primer piso del número 6 de la calle Pere Llobera y los vecinos recuerdan muchas peleas entre ellos. A veces era por temas económicos y, en otras ocasiones, por asuntos banales.

Pese a que su estancia en el piso era provisional, casi un año después Víctor seguía en la vivienda. El detenido señaló que le había instado a irse en varias ocasiones con éxito nulo y que esta situación desembocaba en discusiones frecuentes. Una tras otra. El día en el que cometió el crimen, Diego contó al juez que estaba decidido a que su hermano se marchara de la vivienda. Le insistió y le dijo que tenía cinco minutos para irse y que iba a llamar a un cerrajero para que cambiara la cerradura.

La discusión fue muy intensa y, según el relato del homicida confeso, fue a coger el teléfono para llamar al cerrajero cuando notó que su hermano se le venía encima con un martillo en la mano. La discusión desembocó a partir de ahí en crimen: Diego le quitó el martillo a Víctor y le dio un golpe que le mandó al suelo. Luego, el imputado sostuvo que perdió el control. Le machacó con la herramienta y le remató de dos golpes fuertes.

Uno de los contenedores con los restos troceados del vigilante de seguridad.

Señaló ante el juez que en esa secuencia violenta tenía algunas lagunas y que actuaba «como un loco». Tras matar a su hermano se fue a comprar el congelador, después despedazó el cadáver, lo guardó y se tomó tiempo para limpiar a conciencia la vivienda. Pero la situación le sobrepasaba y casi veinte días después se derrumbó y acudió a la Jefatura. Ya no podía guardar más tiempo el secreto.

En ese intervalo de tiempo, entre el crimen y la confesión espontánea, no se presentó una denuncia por la desaparición de Víctor y, en consecuencia, nadie le buscó. El asesino explicó que su padre vivía en Italia y que su madre se encontraba en la Península, y que Víctor estaba distanciado de toda la familia por su carácter complicado.

El mejor amigo de la víctima, con una foto de él en su teléfono móvil.

Tomeu Morera, uno de los mejores amigos del fallecido, tras prestar declaración en sede policial, acudió a Ultima Hora para tratar de limpiar el nombre de su compañero. «Quiero decir que todo lo que está sucediendo es muy fuerte. Me levanté por la mañana y vi a mi amigo de toda la vida en fotos de los periódicos descuartizado en un congelador. Y encima, tenemos que aguantar que digan que su asesino es buena persona. Esto es increíble», relató Tomeu.

Desveló más detalles: Diego Antonio Galeote, el homicida confeso, les envió mensajes a los amigos de Víctor desde el móvil del fallecido para tratar de justificar su ausencia. «El día 11, a las 23.30 horas, uno de los amigos recibió un mensaje: «Ha venido mi madre, hay movidas, ya te contaré»».

A los dos o tres días, Diego llamó al destinatario del mensaje diciéndole que la pareja sentimental de su madre le había conseguido un trabajo en la Península y que se habían marchado. «La verdad es que esta historia nos extrañó mucho porque Víctor, unos días antes, había sido expulsado de su casa», añadió Tomeu.

«Víctor era un tío estupendo. Cuando éramos pequeños nos hicimos unos carnets falsos y en el suyo le pusimos un nombre moro. Desde ese día, para todo nuestro grupo siempre ha sido ‘El Moro'. Víctor era un joven currante. Cobraba poco más de 800 euros trabajando de seguridad en los párkings subterráneos de Palma. Cuando su madre lo echó de casa, Diego lo acogió en su vivienda, pero no por hacer una obra de caridad, sino porque necesitaba dinero y el hermano le tenía que pagar una cantidad de dinero», concluyó.

El profesor de religión ingresó en prisión de forma preventiva, a la espera de juicio, que llegó el 12 de junio de 2014. Se le aplicó el atenuante de confesión y el agravante de parentesco. Diego Antonio Galeote aceptó cumplir 10 años de prisión por el crimen de su hermano. Se cerraba, de esta manera, uno de los homicidios más espeluznantes de los últimos años en Mallorca.