Regis López, yo, presentador de ‘Mis hoteles favoritos’, las arquitectas argentinas Laura Kalmus y Samatha Kuperschmit, presentadoras de ‘Espacios con Estilo’, Verónica Zumalacárregui, alma de ‘Me voy a Comer el Mundo’ y Jorge Alesanco (’El Rey de la Sabana’). | Esteban Mercer
Hoy vuelvo a la vida, a la normal dentro de la anormalidad que ha sido y es mi día a día prácticamente desde que nací. He decidido dar el sí a una amiga que me ha propuesto escribir un libro sobre mi y mis circunstancias, y todo para poder agradecer el seguir aquí, contándoles fruslerías, que les aseguro, son más importantes que los discursos y mentiras que pretenden hacernos creer algunos modernos que por cierto ya resultaban antiguos en los años sesenta, o los políticos de turno que pretenden que comulguemos con ruedas de molino hasta que nos atragantemos y pidamos clemencia de rodillas para poder seguir adelante aunque sea como esclavos del sistema que pretenden imponer. Lo que les cuento no es casual, nace de una reflexión, que si la entienden porque soy capaz de explicarla bien, muchos de ustedes asumirán como propia. He elegido comenzar donde lo dejé, quizás el momento profesional y personal más importante que he vivido hasta el momento, sucedido hace tan solo un mes, un momento que ha cambiado todo para siempre. La vida es una montaña rusa como la de Santa Mónica a la que me subí después de haber recibido el reconocimiento, en realidad el único tras la medalla de oro Maite Spinola al mejor periodista de sociedad, que he recibido a lo largo de mi carrera, y claro, no podía ser en mi tierra, tenía que ser en Los Angeles, la tierra donde los sueños se cumplen y donde las estrellas son tratadas y cuidadas con el cariño y el respeto que merecen. Pues bien, y aquí va la paradoja de la vida, tras esa alegría enorme que tuve la inmensa suerte de vivir rodeado de mis compañeros de la productora y con su fundador y director a la cabeza, Regis López López, disfrutando más que nosotros que todo se lo debemos. Pues va mi vida de novela y me regala un infarto que había comenzado a manifestarse hace meses pero que mi mente rebelde se empeñó en convertir en mera ansiedad. Llegué al hospital de Son Espases vivo gracias a mi estupendísima hermana doña Àngels Mercer Palou, de toda la vida, al equipo de urgencias que se desplazó en un santiamén a mi casa y detectó el problema en medio segundo, mientras decidía llevarme al hospital en el otro medio que restaba. En casa y también en el hospital fui tratado con una generosidad y una humanidad que agradeceré toda la vida. No somos conscientes del privilegio que supone tener una sanidad pública en la que trabajan los mejores profesionales del mundo, personas que no han perdido por el camino el buen trato, la educación y el cariño por la más importante de las profesiones que es la de salvar vidas, sin importarles si lo que salvan, gracias a un esfuerzo de toda una vida de aprendizaje y a muchas renuncias, es bueno o malo, rico o pobre, blanco o negro, payo o gitano, mallorquín o americano, un santo o un diablo. Conozco al diablo y a su esposa en persona, y son muy feos, jamás saldrían en estas crónicas, no soy tan generoso como lo es el equipo que me trató, desde los limpiadores que siempre tuvieron un gesto amable o una palabra cariñosa, del servicio de comidas, que por cierto estaba buenísima, de enfermeros y médicos. Todos merecen un gran reconocimiento, y por supuesto el mío. A todos los que pude les colgué sobre el corazón la medalla que me habían entregado en Los Angeles tan solo unos días antes, y para todos ellos es ese regalo que me ha hecho la vida. También quiero regalarles un trozo de esta medalla de oro a los jugadores de Real Mallorca, aunque perdieran la final de la Copa del Rey. Se la merecen por lo que nos hicieron disfrutar la noche del 6 de abril, pero también durante años y años de esfuerzo. ¿Si hubieran ganado les habríamos recibido como han hecho los bilbaínos con su equipo? Visto como hemos recibido a los finalistas que se habían dejado la piel en el campo sevillano les aseguro que no, y es una lástima. Se merecían el cariño de todos, y no solo el de los increíbles 20.000 aficionados, también un trozo de la medalla es para ellos, que se habían desplazado a la mejor ciudad del mundo, Sevilla, donde todo el la gente es amable y presume de su belleza y la de los suyos sin que les duela el alma. Jaume Colombàs ets únic!
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