Catalina Martorell | Teresa Ayuga

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Tal como cuenta el historiador Josep Tomàs Ramis, en las elecciones de febrero de 1936 el Front Popular se impusó a la coalición de derechas. Quien obtuvo más votos fue Bernat Jofre (ERB), seguido de Antoni Amer (ERB), Alexandre Jaume (PSOE), Antoni Gomila y Francesc Carreras (ERB). El candidato más votado de la derecha fue Joan March Servera. Curiosamente, José Antonio Primo de Rivera solo obtuvo 3 votos. Cinco meses después, Santa Catalina se convertiría en un enjambre de falangistas, por un milagro atribuible al terror o al oportunismo. En otra comunicación de las mismas jornadas, Catalina Martorell analiza el contexto político y social de la barriada. Ya en las primeras décadas del XX, el bar Cuba y los cafés Central y de can Jeroni se convirtieron en centros de reunión y adoctrinamiento izquierdista. Sin embargo, la proliferación de opciones de izquierda coincidió con la República. Acció Republicana - que a partir de 1934 se fusionaría con el Partit Republicà Radical Socialista para formar Esquerra Republicana Balear- se estableció en Santa Catalina, en 1932, bajo la presidencia del catedrático Eduard Gómez Ibáñez. El Centre Republicà Democràtic Federal, también se constituyó en 1932, concretamente en el café Sant Magí. Lo presidía otro docente, Luis Ferbal, i el vicepresidente era Dionisio Pastor, un escultor que ocupaba la dirección de la Escola d'Arts i Oficis. De Unió Republicana, la agrupación que presidiera el panadero Pau Barceló, se sabe que tenía el local en la calle Aníbal. Por su parte, la cédula socialista estaba al mando del albañil Antoni Mora, asesinado después del golpe de Estado de 1936. Como también lo fueron Dionisio Pastor y tantos otros. Pero lo que aconteció en la guerra forma parte de otra historia.
Es reflexiva, parca en palabras. Y se expresa con una naturalidad encomiable. Catalina Martorell (Algaida, 1984) es licenciada en historia (UIB, 2007) y dirige, junto a Pere Josep Garcia, la colección Plaguetes del Raval. Recientemente han publicado un volumen con las comunicaciones que se dieron a conocer en la primera y segunda edición de las Jornades d'Estudis Històrics d'Es Jonquet i Santa Catalina. Le pregunto por la integración de estos núcleos en el tejido urbano de Palma. Me responde:
Catalina Martorell.- Su planificación como barrio data de 1868, aunque crecieron espectacularmente cuando se aprobó, en 1901, el Pla d'Eixample de Bernat Calvet. Aún así, tenemos documentado el Jonquet con anterioridad, pues ya en 1644 aparece en el mapa de Antoni Garau.
Llorenç Capellà.- El Jonquet y Santa Catalina ¿son lo mismo?
C.M.- Para quienes no son de allí, todo es Santa Catalina. Sin embargo, los vecinos del Jonquet no se sienten catalineros y viceversa. Aunque no se tienen ojeriza. Supongo que las diferencias nacieron a partir de la especialización marinera de los del Jonquet. Santa Catalina, siendo marinera, es más obrera.
L.C.- ¿Qué sabía, usted, de estos barrios, antes de estudiarlos?
C.M.- ¿Le digo la verdad...?
L.C.- Naturalmente.
C.M.- Lo que sabe todo el mundo. Que son un lugar de copas y un punto de encuentro.
L.C.- Ya.
C.M.- Bromas al margen, quien me animó a hurgar en su historia fue el escritor Albert Herranz.
L.C.- Me aferro a su comentario anterior. El cambio, entre el ayer y el hoy, ha sido brutal.
C.M.- Sin duda. Cien o ciento cincuenta años atrás proliferaban las industrias. Las había de calzado, de tejidos, de baldosas... Y las hubo con un gran potencial, como La Cordelera o la Sociedad General Mallorquina.
L.C.- La Cordelera, adivino a qué se dedicaba.
C.M.- La Mallorquina era una fábrica de harinas. Y otra de las grandes, La Económica, producía gas... Probablemente Santa Catalina se convirtió en la primera zona industrial de la ciudad.
L.C.- Y el núcleo urbano fue creciendo en las proximidades de las fábricas. ¿A que sí...?
C.M.- Era lo lógico. Pere d'Alcàntara Peña, en su Guía Manual de las Islas Baleares, publicada en 1891, afirma que en Santa Catalina y el Jonquet habitan diez mil personas.
L.C.- ¿Muchas...?
C.M.- Muchísimas. Recalaron allí gentes de todos los puntos de Mallorca, sobre todo de Andratx. Y también muchos ibicencos. Aunque no me pregunte la razón porque la desconozco.
L.C.- La de los andritxols sí la sabrá.
C.M.- Me la figuro. La carretera de Andratx pasaba por el carrer Gran. Y los viajeros, antes de entrar en Palma, se paraban en los hostales o comercios de la zona. Siempre ha habido andritxols en Santa Catalina...
L.C.- Vale.
C.M.- Por otra parte, a principios del siglo XX, se puso de moda entre la burguesía palmesana lo de la casa de veraneo en las afueras. Y Santa Catalina lo estaba. De esta época provienen los edificios modernistas. Pero lo que quiero significar es que se crearon puestos de trabajo en la construcción.
L.C.- Dígame ¿por qué Santa Catalina zona fabril...?
C.M.- Porque se hallaba en el extra-radio. Las industrias del núcleo urbano no podían crecer. Me refiero a las de la Gerreria, la Quartera o la Calatrava... Así que las nuevas fábricas buscaron su espacio en las barriadas periféricas. En la Soledat, en el Molinar, en la Vileta, en Santa Catalina... Y, por supuesto, en todos ellas aumenta el número de habitantes. Manel Santana, en su estudio sobre el movimiento asociativo, cita también a Pere d'Alcàntara Peña.
L.C.- ¿Qué dice, esta vez, don Pere...?
C.M.- Se refiere a la Soledat. Y explica que se han construido "muchas casas de gente proletaria ocupada en las tareas de una gran fábrica de mantas, propiedad de los hermanos Ribas, y otra de alfarerías, fósforos y papel de estraza".
L.C.- Nada nuevo bajo el sol. Usted lo ha dicho: la clase obrera se apiñaba en torno a los centros de trabajo.

Los medios de transporte, además de escasos, suponían un lujo.”

C.M.- Exacto. Como en cualquier otra ciudad europea. Los medios de transporte, además de escasos, suponían un lujo.
L.C.- El Jonquet será una excepción. Pese a las fábricas cercanas, continuó siendo marinero.
C.M.- Básicamente sí, porque tenemos que suponer que los molinos no estaban allí para adorno. No obstante, sí, el vecindario era marinero. Y no sólo se dedicaban los hombres a las cosas del mar, sino también las mujeres, porque eran ellas las que se encargaban de vocear el pescado por las calles. Claro, no estaban censadas como trabajadoras, porque su aportación era secundaria... Ello nos impidesaber con más o menos exactitud el impacto de la pesca en la economía familiar.
L.C.- ¿No se refleja en las actas de las sociedades mutualistas?
C.M.- No. Los beneficios de la mujer complementaban el jornal del marido, padre o hermano.
L.C.- ¿Digo bien si afirmo que las sociedades mutualistas caracterizan la época?
C.M.- Acierta. En aquellos tiempos no había seguros que cubrieran los accidentes laborales, ni pensiones de viudedad. Así que pagando una cuota mensual o anual los asociados disponían de estos derechos. Y de otros, naturalmente, como las ayudas para mitigar las consecuencias del paro, de la invalidez o la rebaja en el precio de las medicinas.
L.C.- Eran recursos: sólo recursos ante el desamparo social ¿verdad...?
C.M.- Es evidente. Y aún así no todo el mundo podía estar afiliado. Los de menos de catorce años, ni pensarlo. Y quienes sobrepasaban los sesenta casi nunca eran admitidos. El motivo es obvio: hace un siglo los sesentones eran ancianos.
L.C.- Entiendo. Con la vejez se suceden los achaques.
C.M.-Y el riesgo de enfermedad o de muerte es más alto. De todas formas, el obrero se da cuenta de que el asociacionismo le permite conseguir unos objetivos que individualmente le son inalcanzables. Y se asocia. No sólo para hacer frente a cualquier contingencia luctuosa, sino también para acceder a la cultura y al disfrute del ocio organizado. Era normal que una sociedad de socorros mutuos organizara galas de teatro y excursiones o que dispusiera de una biblioteca o de una escuela nocturna.
L.C.-Y todo esto lo movía la izquierda.
C.M.- Naturalmente. El asociacionismo, aunque puede ser interclasista, es un movimiento de raíz popular. Manel Santana afirma que, en 1903, los cuarenta y nueve asociados al Montepío Mallorquín eran jornaleros. Esto nos da una idea de cuál era su trasfondo ideológico. Pero, en fin, basémonos en pruebas. Cuando las elecciones de febrero del treinta y seis...
L.C. Sí...
C.M.- En Palma arrasó la derecha, salvo en dos distritos. Uno de ellos fue el séptimo, que corresponde a Santa Catalina.
L.C.- ¿Y cuál era la ideología dominante?
C.M.- La socialista. Aunque en los años veinte toma auge el anarcosindicalismo como forma más radical de afrontar la precariedad laboral y de materias primas que se originó, a partir de 1918, después de la finalización del conflicto europeo. Dicho esto, hemos de tener en cuenta las asociaciones católicas.
L.C.- ¿Cuándo empiezan a actuar?
C.M.- A principios del siglo XX su influencia ya es notoria. La encíclica Rerum Novarum es de 1891... León XIII apostaba por una tercera vía, entre el socialismo y el capitalismo liberal, como solución a los problemas sociales. Y sus propuestas se canalizaban a través de los Círculos de Obreros Católicos.
L.C.- ¿Conservadores...?
C.M.- Interclasistas.
L.C.- La Iglesia estaba al servicio del poder...
C.M.- Y no cambió. Pero se puso en guardia ante los temores e interrogantes que generaba el peso creciente del proletariado. Además, el Papa había marcado claramente las directrices a seguir: ofertas formativas para combatir el analfabetismo, control del ocio para que no se favoreciera el vicio y creación de sistemas de ayuda a los más necesitados.
L.C.- Apenas difieren de las de la izquierda.
C.M.- Pero varían sus objetivos finales. La Iglesia combate el ateísmo y la lucha de clases. Y defiende un modelo cristiano de sociedad. En el último tercio del siglo XIX ya trabajaban a pleno rendimiento los Círculos de Obreros Católicos en Palma, Manacor, Inca y Llucmajor.
L.C.- ¿Y el de Santa Catalina...?
C.M.- Data del año 1910. Y contará con una revista de carácter mensual, El Mensajero, lo que nos da una idea de la pujanza de la asociación. De hecho, la Iglesia llevaba tiempo en la barriada. El templo de Sant Magí es de finales del siglo XIX... Y en esa misma época se establecieron allí las monjas franciscanas.
L.C.- ¿Fue algo parecido a un desembarco...?
C.M.- Puede que sí. La Iglesia se proponía recristianizar o reconducir las masas. Santa Catalina era una barriada muy dinámica que se convirtió en referente de muchas otras. Y disponía de un tejido asociativo poderoso como lo demuestra la presencia de entidades como Mar y Tierra, La Unión, Montepío del Arrabal, Círculo de Obreros Católicos, Mutua
Iberia o Montepío Mallorquín.
L.C.- ¿Hay tensiones entre la Iglesia y la izquierda?
C.M.- ¿En Santa Catalina...?
L.C.- Sí.
C.M.- Son inevitables. A medida que nos adentramos en el primer tercio del siglo XX crece el anticlericalismo. Y la República propugna la laicidad del Estado... Por añadidura, el Círculo de Obreros Católicos vuelca sus esfuerzos en la formación cultural de sus afiliados, tal como hace la izquierda. Pero, claro, lo hace potenciando los valores religiosos. El semanario República alertaba de todo ello. ¿Le leo unas líneas...?
L.C.- Claro.
C.M.- "Vigilad, republicanos de Santa Catalina. Los frailes carmelitas no pierden ocasión para atraer a vuestros hijos con la excusa de ofrecerles un patio para el juego... Es el municipio quien debe ofrecer un campo de juego sin ninguna clase de tutelas."
L.C.- Entiendo.
C.M.- La Iglesia defendía su parcela de influencia con uñas y dientes. Incluso creó su propio orfeón.
L.C.- ¿Dependiente del Círculo de Obreros Católicos...?
C.M.- Exacto. El Orfeó Lul·lià...Tenga en cuenta que no había sociedad de izquierdas que no dispusiera de su coral. El llamado Orfeó d'Esquerra Republicana de l'Arraval, que dirigía Jaume Dalmau, se hizo famoso...
L.C.- ¿Y desapareció...?
C.M.- El julio del treinta y seis. Como los demás. Supongo que se promulgó algún decreto prohibiéndolos. Pero, en cualquier caso, seguro que con el golpe de Estado a quien más quien menos se le pasaron las ganas de cantar.
L.C.- ¿Qué vestigios quedan del pasado?
C.M.- Las casas de can Figuerola, de ca l'amo en Pau, de l'Hostal Cuba, de can Pujol... O el trazado irregular de las calles y callejas del Jonquet. Yo me pierdo por ahí...
L.C.- ¿De copas?
C.M.- Y sin copas. Simplemente paseando. En Santa Catalina, o en Santa Catalina y el Jonquet, aún se respira el pasado. El Jonquet ha sido declarado zona BIC. Es una excelente noticia, sobre todo si tenemos en cuenta que La Soledat se ha quedado sin historia. Y que en el Molinar sólo quedan dos molinos. Además, ha desaparecido el antiguo trazado urbano... Afortunadamente la fábrica de can Ribas será rehabilitada.
L.C.-...
C.M.- Aún así, Palma ya ha dilapidado tontamente una buena parte de su memoria. Y lo perdido es irrecuperable.