Antoni Vidal Ferrando | Jaume Morey

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Es discreto, tímido en apariencia. Pero es lo suficientemente firme en sus convicciones como para no apartarse ni un ápice del camino trazado. Antoni Vidal Ferrando (Santanyí, 1945) estudió magisterio (Escola Normal, 1962) y es poeta y novelista. Su último libro publicado: "Amors i laberints" (enSiola, 2010), un dietario. Le recuerdo un verso de Joan Margarit que él cita: "El temps és el pecat". Me responde:
Antoni Vidal.- A medida que cumplo años me obsesiona, más y más, el paso del tiempo. Ayer mismo, como quien dice, me consideraba joven. Ahora, en cambio, me contemplo ante el espejo y...
Llorenç Capellà.- ¿No se reconoce...?
A.V.- Fatalmente, sí. Soy el mismo. Pero más viejo. Y me doy cuenta de lo duro que es sobrevivir. Me arrepiento de no haber sabido ser más feliz.
L.C.- ¿De nada más...?
A.V.- Y de lo ingenuos que fuimos, los de mi generación, porque alimentamos grandes ideales. No obstante, esta ingenuidad consentida nos ha servido de defensa ante las agresiones de la vida. Si de vez en cuando no nos dejáramos embaucar, la propia existencia podría volverse insoportable.
L.C.- En las páginas de "Amors i laberints" se respira una cierta filosofía machadiana.
A.V.- Es lógico. En tiempos pasados puse toda mi fe en el país, en el retorno de la democracia...Y luego fui dándome cuenta, pasito a paso, de que íbamos traicionando los ideales que habíamos ayudado a crecer durante el franquismo. De ahí que el lector perciba, en "Amors i laberints", un pesimismo contenido, una mirada tristona sobre el mundo. No obstante, en mi fuero interno reacciono contra este estado de ánimo alicaído porque la vida merece ser vivida. Por ello cierro el libro con una frase de Czeslau Milosz: aquella que dice que la tierra merece que le regalemos ternura, aunque sea poca. L.C.- En "Amors i laberints" trata con indisimulable acidez a algunos escritores. Me refiero a los Pla, Cela, Joan Fuster...
A.V.- Porque me molesta su prepotencia. A Joan Fuster lo había mitificado a través de sus obras. Y al tratarle me encontré con un hombre insolente, irritable, de piel amarillenta, enfermiza... Comimos en un restaurante de Cullera y maltrató a un camarero por no sé qué problema con el whisky. De todas formas, aunque le critique, le disculpo. Vivió en una Valencia desquiciada y violenta y él, un escritor, tuvo que asumir el papel de héroe nacional.
L.C.- No es el caso de Josep Pla, también objeto de sus críticas.
A.V.- Pla me cae antipático, es algo inevitable. ¡Si fue colaborador de Franco...! Así que me irrita que se le tenga en un pedestal cuando colaboró a esclavizar el país. Las generaciones más jóvenes, las que no vivieron la posguerra, igual discrepan de mi punto de vista. Pero soy hijo de mi época y sé que Pla fue un traidor. Como lo fueron Villalonga y Cela. ¿Que se trata de grandes escritores...? No lo niego. Lo otro, sin embargo, también forma parte de su biografía. Incluso me molesto cuando desde las instituciones públicas, estando como están gobernadas por la izquierda, se homenajea a Estelrich o a Riber.
L.C.- Se muestra algo distante, usted, de Blai Bonet, su paisano.
A.V.- Porque me interesa más su faceta literaria que la humana. Blai personificó la literatura. Humanamente, en cambio, fue un eterno adolescente, algo egoísta y, en momentos concretos, generoso. A favor suyo he de decir que jamás actuó con prepotencia y que contagiaba su ambición a los escritores jóvenes que se le acercaban en busca de consejo.
L.C.-...

“Blai fue un escritor en estado puro: le apasionaba escribir y, sobre todo, escribir bien. En cambio Bernat Vidal, también paisano mío y suyo, representaba al intelectual cívico”

A.V.- Blai fue un escritor en estado puro: le apasionaba escribir y, sobre todo, escribir bien. En cambio Bernat Vidal, también paisano mío y suyo, representaba al intelectual cívico, que ama el país y es crítico con el entorno, aunque carece de valor para meterse en camisa de once varas. Cuando yo empecé a escribir, Bonet y Vidal estaban algo distanciados. Y me relacioné más con Vidal por una cuestión de justicia. Bernat Vidal había apoyado muchísimo, en sus comienzos, a Blai. Y éste jamás se lo agradeció. De todas formas, llegué a intimar con Blai y le recuerdo como un personaje fascinante.
L.C.- Lo que me ha dicho de Vidal...
A.V.- ¿Lo de la falta de valor...? Permita que me explique. Bernat gozaba de una posición social privilegiada, era un burgués ilustrado... De manera que mantenía una oposición ética ante el franquismo. Yo, sin ser rico, tampoco me la jugaba.
L.C.- ¿Qué quiere decir...?
A.V.- Que era visceralmente antifranquista, pero que por nada del mundo me hubiera expuesto a ir a la cárcel. No tenía pasta de héroe. No obstante, soy de ideas firmes: era republicano y lo continúo siendo.
L.C.- Usted tilda a Josep Maria Llompart de enigmático...
A.V.- Tengo la impresión de que asumió públicamente el papel que el mundo cultural y político le exigía. Y ello, aunque satisfacía su ego, le incomodaba. Los mismos que le encumbraron como referente patriótico, ahora afirman que fue un poeta mediocre. O sea, que le mal pagan. Lo cierto es que nos legó una obra poética de calidad, aunque corta, porque dedicó poco tiempo a escribir.
L.C.- Destacan, en "Amors i laberints", las referencias a la historia familiar. Concretamente a su padre.
A.V.- Lo quise con locura. Fue un hombre callado. Con una visión fatalista de la vida, aunque siempre sacara conclusiones positivas. De él heredé la capacidad de no darme jamás por vencido, de rehacerme de los golpes. No se consideraba un aventurero, pero algunas partes de su biografía encajarían perfectamente en cualquier novela de aventuras.
L.C.- ¿Por ejemplo...?
A.V.- Fue contrabandista e iba embarcado en un velero que era una auténtica cáscara de nuez. El 18 de julio de 1936 se lo pasaron huyendo de una barca del servicio de vigilancia aduanera de Barcelona. Creían que les conminaba a rendirse e hicieron todas las maniobras posibles para salvar el cargamento de tabaco. Finalmente, cuando se vieron perdidos, lo echaron al mar. Y se habían equivocado: la barca no les daba el alto, sino que pretendía aconsejarles que buscaran refugio en alguna cala porque el país se había revolucionado.
L.C.- ¿Y obedecieron?
A.V.- Qué va. Regresaron a Mallorca y, de Mallorca, emprendieron un nuevo viaje a Gibraltar en busca de género. Y en el Estrecho se cruzaron con los barcos de Franco que trasladaban a la Legión y a los moros a Andalucía. Mi padre fue militarizado por los nacionales y se pasó a los rojos. En represalia, la derecha de aquí detuvo a sus padres. Mi abuelo estuvo preso en Can Mir, y mi abuela, en Can Salas. Pero no me pregunte más, porque en casa hubo un pacto de silencio en torno a la guerra. Tanto es así que durante muchos años desconocí todos estos detalles. Ni siquiera sabía que mi padre había estado encarcelado, en el treinta y nueve, en un penal tétrico: el de Cartagena, con fusilamientos cada amanecer
L.C.- Si le digo que busque un refugio para salvaguardar su felicidad...
A.V.- Pensaré en Menorca. Saqué plaza de maestro, en Maó, con dieciocho años. Supe lo que era la libertad...
L.C.- ¿Porque tenía ocasión de alejarse de la tutela familiar...?
A.V.- Era un motivo ¡claro...! Por primera vez en mi vida no tenía que rendirle cuentas a nadie. Pero fue por más cosas. En Maó se respiraba republicanismo, algo imposible en Mallorca. No había este miedo reverencial, de pueblo vencido, que había percibido en Santanyí. Menorca es mi paraíso perdido...
L.C.- ¿Perdido...? Súbase a un avión. Dista de Mallorca veinte minutos.
A.V.- Pero no lo tengo en cuenta. Murieron mis dos grandes amigos de correrías e inquietudes, Miquel Vanrell, otro maestro, de Algaida, y el historiador Andreu Murillo. Y me juré no regresar a la tierra en donde había sido tan feliz. Sin embargo, hace poco rompí el juramento y asistí a un homenaje que le tributaban a otro gran amigo, el poeta Ponç Pons. Al fin y al cabo, más allá de los propios recuerdos, la vida continúa su curso.
L.C.-Ya afloró su fatalismo.
A.V.- Quien va sumando años es, inevitablemente, fatalista. Ahí está el Poder, en mayúscula, que nos oprime como una losa. Tanto da que hablemos del poder político, religioso o cultural... Aunque no nos roba la dignidad. Yo puedo ser cauto, a veces cobarde...
L.C.- Sí...
A.V.- Pero nadie me arrebatará mi libertad interior. No me traiciono a mí mismo.
L.C.- En su libro deja entrever que Pavese se traicionó.
A.V.- Y fue así. De lo contrario no se hubiera suicidado. Fue una persona muy sensible que le exigió a la vida más de lo que la vida podía darle.
L.C.- ¿La capacidad de contención es sabiduría?
A.V.- Seguro que sí. De ahí que solo la tengan los sabios que no son, necesariamente, los eruditos. Un cabrero puede ser sabio...
L.C.- Volvamos al espejo en el que usted se contempla...
A.V.- Ya estoy delante.
L.C.- ¿Se riñe o se perdona por lo vivido? A.V.-Ya me regañaron lo suficiente cuando quisieron que no creciera libre. Soy indulgente, por tanto. No sólo conmigo mismo, sino con cualquiera. Crecí en una sociedad de dogmáticos, carceleros, penitentes... ¡Qué desastre! Huyo de todo esto.
Amors i laberints" tiene la apariencia de ser un testamento emocional, por lo que se convertirá en imprescindible para analizar y estudiar la obra poética y novelística de Vidal Ferrando. Al margen de lo que dice y cuenta, interesa la pátina de melancolía y el tono elegíaco que define el libro desde la primera hasta la última página. Vidal Ferrando se revela como un maestro de la pincelada. Con escasas palabras traza un retrato muy sólido de intelectuales que ya son historia como Josep Maria Llompart, Bernat Vidal o Blai Bonet. Y lo traza haciendo gala de una honestidad incómoda por acerada. Interesa también su visión de Pla o de Joan Fuster porque, más allá de la anécdota, Vidal Ferrando confronta su manera de ver el mundo con la de los escritores citados. E igual interés provoca su primer encuentro con Cela, en un almuerzo multitudinario en Menorca. Cela se mostró grosero y provocador con aquellos que más le admiraban, porque entre todos formaban un perfecto retrato de la sociología franquista de la que él se había servido y que por ende tanto despreciaba. Con un seis y un cuatro, ahí tienes tu retrato. Algo tan sencillo como este juego infantil es lo que hace Vidal Ferrando con los personajes que afluyen a sus recuerdos. Blai Bonet era entusiasta y halagador. Y hacía y deshacía su discurso constantemente. He ahí uno de sus consejos a un joven escritor: "No t'has de preocupar d'allò que escrius; n'hi ha prou que quedi bé!" Así era Blai. Trascendente y frívolo, a la vez. Ni en una tesis de mil páginas se logra una definición más acertada.