La pared de ladrillo, la chimenea, la mantita y las alfombras aportan el toque cálido.

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En cuanto la festividad de Reyes pasa de largo eliminamos de nuestra decoración los adornos navideños y los echamos de menos. La casa parece un poco más vacía y más oscura sin ellos. El frío exterior, la falta de luz, los largos días de lluvia y viento nos sumen en un letargo que nos pide más horas de estar en casa, de compartir momentos en familia, de quietud.

Para disfrutarlos comme il faut debemos adecuar la decoración interior a la temporada. Es decir, añadir detalles que aporten la calidez que nos falta. No es difícil. Basta con utilizar el sentido común.

Los afortunados que disponen de una chimenea tendrán la mitad del trabajo hecho; los que no, pueden recurrir a cortinas más espesas, fundas de cojines de tejidos gruesos, con estampados y colores invernales –el tartán escocés, los marrones, grises, blancos y rojizos, la lana tejida, la pata de gallo o el clásico príncipe de Gales–, así como a las alfombras, verdaderos agentes aislantes que nos protegerán del frío y la humedad.

La chimena, la mantita y la doble alfombra aportan calor. Faltan cortinas.

Si contamos con alfombras frescas de fibras naturales durante la temporada estival, será tan sencillo como desplegar por encima una de lana con diseños al gusto. Las tradicionales orientales, especialmente si proceden de regiones frías, serán perfectas.

Los tejidos y estampados invernales añaden carácter.

Pero no nos quedemos ahí: añadamos mantas y algún detalle decorativo, como velas, centros de mesa realizados a partir de elementos de la naturaleza de temporada, flores secas o bomboneras con frutos secos, calabazas, piñas...

La gruesa funda nórdica, la cortina y la doble alfombra aíslan del frío la habitación.