En la playa y en la piscina se nos suelen arrugar. | Pixabay

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Cuando sumergimos nuestras manos y pies en agua durante un tiempo prolongado, como cuando nadamos o tomamos un baño largo, es común notar que la piel se arruga. Este fenómeno es más que un simple efecto del agua; es en realidad una respuesta adaptativa del cuerpo.

La piel de nuestras manos y pies está compuesta por una capa externa, la epidermis, que contiene una gran cantidad de queratina, una proteína que absorbe agua. Sin embargo, el verdadero motivo detrás de las arrugas es una respuesta del sistema nervioso. Cuando estamos en contacto con el agua por un período extendido, los nervios en la piel envían señales que causan la contracción de los vasos sanguíneos debajo de la piel. Este proceso, conocido como vasoconstricción, reduce el volumen de tejido bajo la piel y provoca que la superficie se arrugue.

Este mecanismo tiene un propósito evolutivo: mejorar nuestro agarre en superficies mojadas. Las arrugas aumentan la tracción, similar a las huellas de los neumáticos, lo que habría sido útil para nuestros antepasados cuando necesitaban desplazarse o manipular objetos en ambientes húmedos. Es importante señalar que este fenómeno no ocurre si los nervios de la zona están dañados, lo que indica que las arrugas no son simplemente el resultado de la absorción de agua, sino un proceso regulado por el sistema nervioso autónomo.

En resumen, las arrugas que aparecen en nuestras manos y pies tras un tiempo prolongado en el agua son el resultado de una respuesta adaptativa del cuerpo diseñada para mejorar el agarre en condiciones húmedas. Esta característica muestra cómo el cuerpo humano está equipado para enfrentar diferentes entornos, incluso aquellos que pueden parecer insignificantes, como un simple baño.