No soy una persona con adicciones insalubres. No soy goloso, por lo tanto el azúcar no entra en mi dieta. No fumo, y así la nicotina no es un problema. No soy bebedor, ya que solo tomo una copita de vino seis días a la semana y en el séptimo, cuando voy a un restaurante, bebo una caña. Pero hay otros caprichos que uno puede tener y mi elegido es totalmente legal, muy asociado con todo tipo de deportistas, viene en más de 450 formas y se puede comer con unas 350 salsas: la pasta italiana. Sin embargo, no tengo una adicción total. Prefiero comer pasta cuatro o cinco veces a la semana, pero también puedo pasar cuatro o cinco semanas sin probar ni una sola cinta de tagliatelle. Asimismo, eso no quiere decir que no eche de menos a mi plato favorito. Sí que lo añoro cuando llevo unas semanas sin comerlo, y sí, siempre llega el momento cuando lo que más quiero es un plato de pasta… o tres.
Pues, este punto llegó la semana pasada y con una amiga fuimos corriendo a Ambra en calle Botería, La Lonja, donde Luca Barone hace todo tipo de pastas exquisitas. Había una doble razón para ir a Ambra. Aparte de satisfacer a mi gran ilusión de volver a tener un plato de pasta en la mesa, quería introducir a mi amiga en pastas que ella no conoce. Es una buena cocinera, pero con un recetario muy restringido. Sabe hacer una buena tagliatelle con una salsa bolognese auténtica (que ya es para presumir) y ha podido dominar un buen pesto casero. O sea, una pasta para el invierno y otra para el verano… y de ahí no pasa. La idea también era que ella saliera de Ambra con tres pastas sencillas para añadir a su recetario.
Pedí las pastas en orden inverso, empezando con la más delicada, espaguetis con mejillones. Luca no tiene este plato en la carta (15 euros) pero lo quería porque tiene volumen y siempre es fotogénico. Mi amiga sabe hacer la pasta al dente pero sus mejillones nunca están tan inflados y tiernos como los de Luca. Pero se puede aprender. Para la segunda pasta también quería volumen y pedí linguine con almejas, o vongole, como dicen los italianos (13 euros). Ya que los espaguetis con mejillones estaban hechos con salsa de tomate, Luca hizo un vongole blanco: sin tomates. Las almejas, como los mejillones, fueron gorditos, con buen sabor a mar y sin granitos de arena. No pido más de una buena almeja.
‘Cucina pobere'
La pasta más simple, pero con el nombre más largo, la guardé para el final: spaghetti con aglio, olio e peperoncino rossi. Es uno de las recetas más frugales de la cucina pobere del siglo XIX y antes, cuando la mayoría de los italianos, igual que los otros europeos, vivían en la pura miseria. Los italianos, no obstante, comían mejor con sus austeros platos de pasta, polenta y pizza. En tiempos más o menos recientes, algunos platos de la cucina pobere se han puesto de moda, como esta pasta con ajo, aceite de oliva y pequeñas guindillas rojas. Mi amiga flipaba y dijo que iba a hacerlo al día siguiente. Para mí, las tres pastas fueron impecables y cada una sacó un 10.
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