Un suculento cordero deshuesado al horno.

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Pueden encontrarse lugares únicos en los que la restauración es un mero acompañante. Mucho más infrecuente es toparse con un entorno extraordinario acompañado de una oferta gastronómica de notable nivel. Es lo que sucede en el Santuario de Cura, en el Puig de Randa, uno de los lugares con una de las mejores vistas –a casi 600 metros de altura– del Pla mallorquín, con un restaurante ubicado en una gran sala de este imponente santuario que venera la figura de Ramon Llull, más unas inmensas terraza bajo los pórticos. Sólo por ello, vale la pena visitar este lugar único, cuna de espiritualidad y meditación regentado por la Orden Franciscana, que dispone de una pequeña hospedería, austera pero bien renovada, y de una sorprendente zona gastronómica tanto en su oferta como en su agradable y dispuesto servicio.

La explicación hay que encontrarla en quien está detrás de la gestión del restaurante: los dueños de Es 4 Vents, reputada casa de comidas de Algaida, considerada –con justicia– uno de los clásicos de la isla desde su inauguración hace ya más de cuatro décadas. Se hicieron cargo hace unos años del restaurante del Santuari de Cura y, desde entonces, han hecho gala de su dominio de la cocina tradicional, cuidando la calidad del producto y con un servicio que da buena muestra de profesionalidad y simpatía. Algo más que complicado si se tiene en cuenta el número de mesas que suman el interior y las terrazas exteriores, habitualmente a rebosar los fines de semana, caso del día en que lo visitamos.

A pesar de que era horario tardío, tanto la cocina como el servicio funcionaron como un reloj. Y, lo más llamativo, con una sugerente proactividad en las recomendaciones. La carta ofrece algunos de los platos clásicos que se pueden degustar en Es 4 Vents. Deseábamos probar el frito de matanzas y las sopas, dos de las especialidades que se han hecho famosas en la casa madre. Y a fe que la tiene bien ganada. Unas sopas de la abuela, muy jugosas, perfectamente ligada la verdura y el caldo con el pan, acompañadas de hinojo marino envinagrado (ración y media, 6,9€), que le proporcionaba una infrecuente ligereza para plato tan particular, mientras que el frito, con las vísceras del cordero muy bien troceadas y con adecuada y no invasiva aportación de patatas, tenía el aroma y sabor característicos (7,20€ dos medias raciones)

Muy buenas también las alcachofas marinadas, con láminas de parmesano, pesto y olivas (12,9€), entrantes que fueron los mejores introductores para el plato principal. Habíamos dudado entre algunas de las atractivas propuestas disfrutadas en una ocasión anterior –cordero deshuesado con puré de patatas y butifarrón; curry de pollo, gambas y arroz, y bacalaos-plancha, gratinado con alioli o confitado con salsa de sobrasada y miel–, que nos habían dejado muy grato recuerdo. Pero sucumbimos ante la convincente recomendación del camarero para que probáramos el cabrito mallorquín al horno, caramelizado con vinagre balsámico y cebollitas confitadas, acompañado de verduras y patatas, de una textura y sabor espectaculares.

Dos raciones más que suficientes para tres personas (22,90€ ración) que nos hicieron disfrutar sin dejarnos con la sensación de haber pecado por exceso. Acompañamos nuestro almuerzo con un buen mantonegro de Franja Roja (22€), uno de los varios vinos mallorquines que tienen en la bodega. El postre, una mousse de chocolate con helado de avellana, bautizada como Puig de Randa, muy suave y fino, denotaba la buena calidad del cacao con el que estaba elaborado (7,5€). Un lugar único en el centro de la Isla, que conjuga belleza, espiritualidad y una magnífica comida tradicional.