La Bodeguilla con vistas al mar.

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Los propietarios del grupo Amida han ido dando pasos firmes en la consolidación de su negocio desde que, procedentes de tierras castellanas, desembarcaron en Mallorca en el ya lejano 1987. Su primera pica la colocaron con La Bodeguilla, donde se podían degustar buenos embutidos ibéricos y espléndidos vinos. Se comía bien y se convirtió en un referente de la buena cocina tradicional española del interior, complementada paulatinamente con platos de cocina mediterránea. La llegada de la nueva generación dio un giro al negocio, y La Bodeguilla experimentó una notable transformación, convirtiéndola en más moderna y elegante, lo que llevó aparejada una sustancial subida de precios.

Afortunadamente, manteniendo una buena calidad. A partir de ahí, han desarrollado otros negocios, en los que su catering y los eventos en fincas emblemáticas son algunos de sus principales activos. En los últimos tiempos han incorporado también bares de copas (Nicolás, en la plaza del Mercat), y hace ya casi un año, han abierto Periplo, un restaurante que denominan de brasa y fuego, totalmente acristalado, con unas espléndidas vistas al paseo del Molinar, luminoso y minimalista, con amplio aforo y magnífica terraza, una delicia en la época de buen tiempo. Y, obviamente, también muy expuesto a los vientos y al oleaje, como sucedió en la noche de noviembre en que cenamos allí.

En Periplo prácticamente han replicado la carta del hermano mayor, con precios similares y una amplia propuesta de vinos, aunque no tan impactante como la de La Bodeguilla. Buenos pescados y carnes, arroces (los ya clásicos de senyoret, con gambas rojas y calamar (28€) y con bogavante (39€), y una sugerente lista de entrantes, lo más interesante de su oferta. Además de sus excelentes embutidos ibéricos, tienen unos cuantos de atractivo contenido: carpaccio de gambas rojas con emulsión de sus cabezas e hinojo marino; ensalada de temporada con bogavante a la brasa; sashimi de atún Balfegó, aliño de albaricoque y algas; y lo que nosotros tomamos, unos muy ricos huevos fritos con puntilla, en su punto, atún macerado, aguacate y huevas de salmón, realmente sabroso y especiado (23€).

Y también muy logrado el canelón de porcella amb anfós, un mar y montaña meloso, sobre una suave salsa de mascarpone, con la piel del pescado muy frita en la parte superior, que le aportaba una textura particular (26€). En este restaurante tampoco se han resistido al omnipresente ceviche, tal vez por influencia de los cocineros, casi en su totalidad de procedencia sudamericana, al igual que la mayoría de las camareras. El que tomamos, de lubina, estaba bien adobado con pimienta de Perú, aguacate, aire de mango, fruta de la pasión y maíz tostado (22€).

Resultó muy inferior a las expectativas el cochinillo asado. En la casa matriz suelen elaborar bien las carnes, pero la pata que nos sirvieron estaba más seca de lo esperable y la piel excesivamente churruscada. Una pena, porque el producto era tierno, y la salsa del asado, jugosa (30€). Este plato nos llegó sin ningún acompañante. Aquí también han introducido esa lamentable práctica de servir huérfanos ciertos platos que deberían venir acompañados, y de cobrar –desproporcionadamente– por los complementos. Por las patatas asadas, 9,5€; 6€ por una ración de pan (media docena de rodajas de barra, bastante corriente, que en la cuenta califican como rústico). O 5,95€ por una botella de agua. Buena carta de vinos –muchos de ellos se pueden tomar por copas–, a los que multiplican el precio prácticamente por tres, con algunas excepciones. El Obac de Binigrau que elegimos, sabroso, estructurado, estaba en unos razonables 34,35€. También disponen de una notable oferta de cócteles y destilados.

Las mesas, sin manteles, aunque con servilletas de tela. Cambian los platos tras cada servicio, pero no los cubiertos. Deberían cuidar algunos detalles que marcan la diferencia, como acompañar a los clientes a la mesa cuando llegan o estar atentos a las necesidades que puedan surgir, máxime cuando en el restaurante –como fue en nuestro caso– había poca clientela. Abren todos los días.