Orient blanco. La nieve, sobre uno de los núcleos de la serra de Tramuntana. | Jaume Morey

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Volver a casa por Navidad es un clásico moderno plasmado en múltiples ocasiones por parte de la publicidad, el cine o la literatura. Quizás guste a algunos saber que Sant Esteve, en su concepción más tradicional y genuina, es una festividad que responde en Mallorca a una necesidad práctica. Una necesidad, valga la precisión, más acorde con los tiempos pasados que con los actuales. Este es el sentido de la Segona Festa de Nadal, un añadido a la celebración de Navidad que se organiza principalmente en las Islas Baleares y en Cataluña por un motivo cotidiano de peso.

Por evidentes razones quizás el foco preferente en las Navidades mallorquinas se centra actualmente en la Nit de Nadal y el día de Nadal propiamente dichos. Pero la cosa hubiera sido muy distinta si nos retrotraemos cien años en el tiempo. Hace un siglo las cosas era muy diferentes en esta nuestra Isla, el tren llegaba hasta Artà y Felanitx, y el epicentro de la Navidad se ubicaba en las Matines, una misa del gallo propia de las Islas en la que se entona el Cant de la Sibil·la.

Es en esta manifestación cultural donde descansa buena parte del alma mallorquina en tiempos navideños. Si las Matines y una xocolata fosa amb coca de quarto fueron los elementos indispensables de la Nochebuena tradicional en Mallorca, no menos importante era reunir a toda la familia alrededor de la mesa el día de Navidad. Pero una vez concluida la comilona, toca volver a casa. Esa es precisamente la razón de ser de que el día siguiente a la Navidad se permita a uno ausentarse de su puesto de trabajo.

No nos engañemos, las obras civiles y los caminos d'un temps no eran lo que son hoy, a pesar de todos los pesares e incluso del carril bus-VAO. Con el frío arreciando, posiblemente el mal estado de las sendas propiciara un lento regreso al hogar, y por ende, también al lugar donde uno desempeñaba su labor profesional diaria. En este punto cabe recuperar los datos recabados por el historiador mallorquín y colaborador de Ultima Hora Gaspar Valero en su obra Històries, curiositats i tradicions de Mallorca gracias a un pasaje ya mencionado hablando en un artículo anterior del Camí dels Reis. El fragmento en cuestión atañe a José Vargas Ponce, quien en el año 1787 publicó en el «clásico estilo de viajero ilustrado» una descripción de la economía y geografía de las Islas, con especial hincapié en sus caminos.

En su texto, el autor venía a decir que, pese a que las distancias no son exageradas, «no se puede ponderar bastantemente el abandono de Mallorca», y así caracteriza «el que llaman camino, y que conduce desde Alfabia al hermosísimo Valle de Sóller» como «una cadena de precipicios intratables». «El tránsito desde la misma capital hasta los montes de Galatzó presenta al infeliz pasajero la muerte a cada paso», y tanto la geografía de «las montañas rudísimas» como «la misma madre de la Riera» se presentan ante el caminante «preñadas de derrumbaderos y peñascos». Con este panorama, y más de noche, solo un necio se echaría a los caminos.

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Distintas fuentes historiográficas atribuyen a los tiempos del Imperio Carolingio, que en sentido estricto abarcan desde la coronación de Carlomagno en el año 800 hasta la división de sus territorios en el Tratado de Verdún del 843, la popularización de la costumbre de que fuera también fiesta el día siguiente a cada gran celebración del calendario. Las fiestas populares y religiosas de la época se conocían con el nombre de Pascua, y junto a la Navidad engloban la Pascua Florida, más conocida como Pascua de Resurrección, y la Pascua Granada o Pentecostés.

Normalmente se asocia este fragmento de la historia europea a un intento de recuperación de algunos aspectos de la cultura clásica grecolatina en los ámbitos políticos, culturales y religiosos de la época medieval tras unos años especialmente oscuros que siguieron a la caída de Roma. Es por tanto un momento idóneo para instaurar costumbres que durarán muchas generaciones, y es de suponer que esta práctica se adoptó primero en la cristiandad de la llamada Catalunya Vella, y de allí se trasplantó cientos de años después a Mallorca tras la Conquesta de la Isla del Rei en Jaume de 1229.

Sant Esteve, el primer mártir. Foto: Wikipedia.

Para culminar esta nota sobre la Segona Festa, debemos presentar al personaje histórico que la articula y le da nombre. ¿Quién fue Sant Esteve, y cuál es su papel entre el conjunto de fieles que profesan la religión cristiana? Su vida la conocemos por el testimonio escrito en los Hechos de los Apóstoles del Evangelio, donde se le identifica como protomártir, esto es, uno de los primeros mártires del cristianismo. Al parecer su origen es griego y formó parte del núcleo duro de los apóstoles poco después de la muerte de Jesús, al ejercer de diácono con tareas como por ejemplo repartir limosnas.

También difundió la palabra de Dios con convicción entre comunidades hebreas en zonas de expansión helénica e incluso en la sinagoga de Jerusalén. Pronto fue acusado de blasfemo, y por ello fue llevado ante el Sanedrín. Allí, lejos de acobardarse, habló con vehemencia del mensaje de Cristo. Una furibunda masa partidaria a pies juntillas de la tradición y las leyes hebreas exigió su cabeza. Lo arrastraron fuera del templo, lo sacaron de la ciudad y en algún lugar cercano lo lapidaron. Mientras lo ajusticiaban, él oraba por sus verdugos.

Los romanos, que gobernaban la tierra pero no las almas, se lavaron las manos con su suerte. Los judíos, por su parte, ni siquiera consintieron que le dieran sepultura y las alimañas darían cuenta de su cuerpo a la intemperie. No obstante, un fiel cristiano, de nombre Gamaliel, hizo que lo enterraran en su sepulcro, donde tiempo después serían sepultados sus dos hijos y él mismo. La insólita aparición del cuerpo de Sant Esteve se produjo cuando, cuatrocientos años después de su muerte, el devoto Gamaliel se le apareció a un presbítero que residía cerca de Tierra Santa.

Cuenta la leyenda que fue gracias a esta sobrenatural aparición que los cristianos hallaron la sepultura de uno de sus primeros mártires, y a partir del año 415 se oficializó un cierto culto a la persona de Sant Esteve, e incluso podía visitarse su tumba en Jerusalén como uno de los primeros lugares de poder de la religión de la cruz. Curiosamente, por aquellas fechas, las supuestas reliquias de Sant Esteve exacerbaron el fanatismo religioso, que en Menorca lideró el obispo Sever, desembocando en más hechos violentos, la persecución de los judíos de la Isla y su total conversión al cristianismo.