Hay una etapa en el desarrollo infantil donde los niños aprenden a decir no y lo repiten ante cualquier pregunta. | Aitoff (Pixabay)

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Hay una etapa en el desarrollo infantil donde los niños aprenden a decir no y, a cualquier pregunta,
ellos dirán que no naturalmente, como un impulso. Es una manera de reconocer los propios límites y comenzar el proceso de autoidentificación individual.

Lo más probable es que alguno de los adultos que le rodean comience a decirle frases como «eso no es educado», «di que sí y da las gracias». «Di que sí y da las gracias» es una forma sutil de violencia que después nos autoinfringimos a lo largo de nuestra vida, con terribles consecuencias. Hablemos honestamente, ¿Cuántas veces has querido decir que no y en lugar de hacerlo has
dicho que sí y hasta dado las gracias?

Cada vez que hacemos esto, ejercemos un tipo de violencia contra nosotros mismos. No hay
nada peor que aniquilar en nosotros la voz interior en función de los buenos modales. Por su
puesto no abogo en favor de estar diciendo todo lo que se nos pasa por la cabeza, ya que sin la
mente meditativa, las cabezas son sumamente criticonas, ruidosa, escandalosas, con poco
sentido de dirección.

Sin embargo, hablo de otra cosa, de un profundo sentido de identidad que muchas veces sacrificamos en función de la norma o la pertenencia. Decía Bert Hellinger, mi maestro de Constelaciones Familiares, que en la pertenencia siempre hay el dolor del alma de no poderse reconocer a sí misma como individual, única e irrepetible. Sin embargo, atrevernos a decir la verdad de quienes somos, también implica un grado de dolor, de valor y de coraje. Incluso, decía Hellinger, que, para atrevernos a vivir plenamente el llamado de nuestra alma, teníamos que ser capaces de soportar cierto nivel de culpa por romper con los cañones impuestos por nuestro contexto social y familiar. Un pequeño nivel de culpa siempre tendrás que ser capaz de tolerar si quieres vivir de acuerdo con el llamado de tu propia alma, que como digo arriba es única e irrepetible.

Es la culpa natural de quien decide dejar el rebaño para definir su primo camino. Sin embargo, la culpa de ser quienes somos es mucho más tolerable que el dolor de mutilar la voz del corazón. El dolor de someter la pasión que nos impulsa en favor de la pertenencia. Buscar ser aceptados o siempre amados nos condiciona enormemente. Requiere valor, y muchas veces un enorme grado de incomodad y renuncia.

Sin embargo, este viaje de la vida que al final es tan corto, vale la pena atrevernos a vivirlo desde la plenitud de la coherencia con nuestro propio llamado, con el sonido singular de nuestra propia alma. Hacer las paces con nosotros mismos, reconocernos mejor, aceptar nuestras limitantes y virtudes, saber que me apasiona y me mueve, vivir de acuerdo con el propio ritmo de quien soy implica muchas
veces saber decir que no.

Puedes comenzar como los niños, diciendo que no a todo, casi como un juego, o hacer lo
contrario, comienza con un no a la vez hasta que entiendas que detrás del no, lo que hay es un
profundo, rotundo y comprometido sí a ser quien eres. SatNam.