Mientras todos nuestros vecinos de fronteras, excepto Andorra, se disputaban entre sí el pase a las semifinales del Mundial de Qatar 2022, en España nos conformábamos con tomar asiento en el sofá de casa para verlo por televisión. Sin agobio, sin sufrimiento, sin presión. Jugar al póker sin dinero es como bailar con tu hermana: parece, pero no es. Cuando Luis Enrique afirmó que no le preocupaba el resultado, empezamos a entenderlo todo: la lista de convocados, las alineaciones, los planteamientos de los partidos, el empecinamiento en sostenella y no enmedalla. Un «aguántame el cubata» de manual.
Marruecos puso la guinda, pero el pastel estaba cocinado de antemano. De hecho, el pasteleo es una de las señas de identidad de esta selección, un grupo con demasiados toreros pegapases. En cualquier caso, hacer leña del árbol caído es demasiado fácil como para recrearse en la suerte. Por lo cual, tanta paz lleves como descanso dejas.
Vamos a lo mollar: Brasil hizo su last dance demasiado pronto. Mucho bailoteo contra los secundarios, pero al primer partido de verdad se tuvo que marchar a casa. La canarinha es una selección fantástica, que rebosaba calidad en todas las posiciones. Su gran preocupación a medida que avanzaba la competición es dónde iban a colocar la sexta estrella, la que les coronaba como hexacampeones. Una preocupación menos para Neymar y su cuadrilla. Ellos sí que son una verdadera decepción porque estaban en Catar para ganar el Mundial y punto. Nada de excusas ni pensar en el futuro, siempre un melón por abrir. Tite dimitió con el silbato del árbitro aún caliente tras pitar el final del partido. Fin de ciclo, se acabó el baile.
Los paisbajeños, antaño holandeses, han cambiado su gentilicio, pero mantienen ese espíritu competitivo propio del osito de Mimosín. Cayeron ante Argentina porque hasta el utilero de los albicelestes tiene más sangre que todos los neerlandeses juntos, blandos como algodones de feria. Los argentinos son otra cosa: están hechos del material del que se fabrican los sueños. Individualmente no fan llarg, pero como manada son temibles. Tienen el comodín de la pulga, dispuesto a multiplicarse hasta el infinito y más allá. Me gustaría equivocarme, pero dudo que les sea suficiente.
Se juegan el pase a la final contra la banda de Modric, un tipo candidato a la crionización. Más allá del portero y del émulo del príncipe de Bekelaar, su fuerza radica en ese espíritu competitivo que les permite salir siempre a ganar en cualquier competición, sea del deporte que sea. Frente a la exuberancia de otras selecciones, llenas de estrellas y figuras, los ajedrezados ofrecen sobriedad, solvencia y confianza. Hace cuatro años ya llegaron a la final: Scaloni, estás avisado.
La grandeur viste de azul. Suena la Marsellesa y les perdonas (casi) todo. Los gabachos llegan pletóricos a la semifinal tras eliminar a los ingleses, aunque se enfrentan al peor rival posible, Marruecos. Los leones del Atlas tienen ante sí la posibilidad de ajustar cuentas con su historia. No futbolística, sí social. Llevan generaciones esperando el momento de demostrarnos que son algo más que mano de obra barata. Su trayectoria en el Mundial ha sido magnífica, por más que los meacolonias les afeen su fútbol. Saben a lo que juegan y juegan a lo que saben. Han hecho mucho más de lo que nadie, incluidos ellos, podían imaginar. Dudo que se conformen.
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