Cuatro partidos ganados y subiendo. El Real Mallorca está
imparable, enorme, con ganas y con fe. El equipo mira a Europa y de
qué manera. Manzano ha inyectado orden al grupo, confianza y, sobre
todo, ha vuelto a dotar al grupo del estigma ganador que siempre ha
caracterizado a este Mallorca.
Ayer tuvo frente a él a un equipo cuyos valores son todo lo
contrario y superadas las dificultades normales de un equipo que
busca el empate, el Mallorca terminó imponiendo su ley, la ley del
más fuerte, la del mejor.
Osasuna siempre ha sido un rival incómodo que acumula mucha
gente en el centro del campo y que da por bueno el empate antes y
durante el encuentro. Es un rival de esos a los que les gusta
trabar los partidos, hacerlos interminables y ayer, en el primer
tiempo, intentó poner en funcionamiento este tipo de fútbol poco
vistoso y, a la vez, suicida. Si sale bien, ganas un punto, pero es
mucho el riesgo que hay que correr. El Mallorca mandaba sobre el
campo, tenía más y mejor la pelota y era el único equipo que
intentaba jugar con criterio.
Ibagaza quería la pelota, Novo también, Riera se ofrecía y
Pandiani buscaba su minuto de gloria. Hasta siete ocasiones de gol
llegó a crear el equipo de Manzano pero la fortuna dio la espalda a
todos los que lo intentaron. El uruguayo, empeñado en revertir su
mala racha, tuvo el gol en sus botas hasta en tres ocasiones pero
en unas Sanzol y en otras la dirección que tomó la pelota, evitaron
que el Mallorca abriera el marcador en los primeros cuarenta y
cinco minutos.
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