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La grada probó por primera vez el empate cuando el equipo más lanzado estaba. El aficionado mallorquinista, permanentemente acostumbrado en lo que va de curso a la cara o la cruz, no conocía todavía el término medio ni esa sensación que se desprende de la igualada. No es la mejor manera de prolongar una racha histórica, pero el ánimo del mallorquinismo sigue por las nubes.

La visita del Villarreal arrancó con más dificultades de las previstas, pero el guión recuperó su esquema básico con el paso del tiempo. El cielo amenazante y el frío lanzaron su primer desafío a la afición, que si bien no respondió en cuanto presencia como en otras tardes, sí quiso estar junto a la plantilla en unos momentos tan decisivos como el asalto al liderato. Y es que aquellos que finalmente optaron por el abrigo y el chubasquero no dejaron de alentar a sus hombres con el pensamiento puesto en el ático de la Liga.

La jornada del sábado había ido más allá del decepcionante clásico en la Isla. El guiño que le llegó a la plantilla desde Vallecas significaba una oportunidad de acomodarse en un trono en el que parecía inalcanzable hasta hace pocas fechas y ese ya era suficientemente atractivo para un grueso de seguidores que conoce lo que es pasar de un extremo a otro con el cambio de campaña.

La tarde pasó del frío ambiental al calor de la competición, bajo el ritmo impuesto por la música de Gladiator anunciando batalla, pero antes, ya había arrancado la lucha entre peñistas y atletas.