Lussenhoff, Lozano, Pandiani y Etoo se abrazan a Niño, autor del primer gol. Foto: PERE BOTA.

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Real Mallorca 4
Real Madrid 0

Albert Orfila
El Mallorca escogió la gélida noche del 29 de enero para revolcarse en la gloria y aproximarse de forma decidida hacia otra gran final. Sólo dos partidos separan a la escuadra balear de otra cita con la historia, de otra incursión en terreno aparentemente vedado a los más grandes. Con Zidane, Raúl, Helguera y los pavones en el otro bando, la escuadra balear rindió culto al fútbol y humilló al Real Madrid aplicándose como un rodillo. El partido estuvo siempre en manos de Ariel Ibagaza y Samuel Etoo, la sociedad sobre la que Manzano ha edificado una escuadra que desde hace tiempo maneja licencia para soñar.

Batir al Madrid con la eficacia con la que lo hizo el Mallorca no está al alcance de todos. Fue una función con material imprescindible para los más puristas, aunque también un monólogo local. Escaldado por la indolencia ofrecida en Chamartín, donde el cuadro bermellón cometió un pecado capital -dejar vivo a su adversario-, esta vez la misericordia quedó apartada en un rincón del vestuario.

El Mallorca se llevó a su rival por delante desde el minuto uno, quizás porque se había untado la cara con pintura de guerra e inclinó la eliminatoria mucho antes de que el balón cobrara vida. El cuadro de Manzano ganó al Madrid en todo, sobre todo en actitud. Encontró petróleo en su primera aproximación al área -Àlvaro Novo sirvió un saque de esquina y Fernando Niño conectó un buen testarazo en el minuto-, pasó un rato de agobio y después acabó burlándose del último experimento de Vicente del Bosque.

Bautizado como eVicen Team, el técnico blanco armó un equipo aparentemente competente y fiable, aunque la contundencia del resultado acabó dejado a más de uno en mal lugar. No obstante, restarle algún gramo de mérito a la función balear resultaría un ejercicio estúpido. ¿Quién no ficharía a César, Raúl Bravo, Portillo, Pavón, Solari o al propio Cambiasso?

El libro de ruta que escribió ayer el Mallorca fue orgiástico. Presionó, trianguló y definió; sólo se le puede achacar que desperdiciará una cantidad industrial de munición. Resulta paradójico, pero Son Moix acabó esperando siempre algún gol más para elevar hasta cotas impensables los números de la eliminatoria. Al Madrid que desfiló por Palma le faltaron muchas cosas y le sobraron muchas otras.