TW
0

Carlos Román Enviado especial a La Coruña

Tal vez no hubiera un título un juego, pero el mallorquinismo se tomó la permanencia como si de una nueva final tratara y no tuvo ningún problema a la hora de atravesar la Península para estar junto al equipo. Y es que mucho antes de que se fuera aclarando el futuro del conjunto de Cúper, la afición rojilla ya había demostrado que es de Primera y lo único que hizo después, fue contribuir a conservar su estatus.
Son Sant Joan se fue tiñendo de rojillo con las primeras luces de la mañana. 212 seguidores prodecentes de distintos puntos de la Isla estaban citados poco antes de las siete en la terminal para embarcarse en el Airbus de Spanair que les llevaría hasta A Coruña. Sólo una hora antes otra aeronave había tomado también ese camino por medio de un vuelo a Santiago, mientras que un buen puñado de valientes, como los integrantes de la peña de Son Flo, habían probado fortuna por su cuenta y llevaban ya varios días disfrutando de las excelencias gallegas.
Antes de poner rumbo a la permanencia, los aficionados fueron poniendo a prueba sus gargantas por allá donde pasaban. Mientras tanto, se sumaban a la expedición el máximo accionista del club, Vicenç Grande, y algunos de los consejeros de la entidad, como José Miguel García, Miquel Vaquer o Ignasi Esteva, quienes no dejaron de bromear con los seguidores que se les acercaban a trasladarse sus buenas vibraciones.
El avión se fue impregnando de bermellón gracias a los obsequios de la empresa organizadora del viaje, que repartió tantas camisetas del equipos como pasajeros se incorporaban a bordo. Una vez dentro de la nave los ánimos se fueron serenando, pero la calma fue breve y se acabó cuando el comandante tomó las riendas de la megafonía para recordar aquello de «y nada más, sólo desearles que tengan un feliz vuelo, que gane el Mallorca y que pierda el Levante». Esa fue la señal que hizo que el avión retumbara de nuevo y que se incrementara la temperatura del aparato.

Afición
Lo cierto es que no todo fue buen rollo porque también hubo momentos de cierta angustia, sobre todo a la hora de tomar tierra. Las estrecheces del aeropuerto de Alvedro provocaron una brusca maniobra del piloto durante el aterrizaje que hizo que hizo que a más de uno se le esfumara el color de la cara. Por si fuera poco, el golpe vino acompañado de una desquiciante frenada y por supuesto, de una ovación de alivio cuando la nave recuperó la estabilidad. Fueron sin duda los momentos más desagradables de la jornada. Ya en tierra, los aficionados se fueron repartiendo en autobuses para ir dirigiéndose al centro neurálgico de los seguidores en la ciudad gallega. En ese punto la mayoría optaron por dirigirse a los restaurantes de la zona para dar buena cuenta del marisco y otros productos de la tierra, antes de pasear la bandera balear por la playa de Riazor o por los alrededores de la Torre de Hércules, uno de los grandes símbolos de los coruñeses.
Eso hizo que la presencia de camisetas rojillas se multiplicara en toda esa zona de la ciudad. Otros decantaron la opción de hacer turismo y prefirieron hacer piña desplazándose hasta el hotel Barceló Coruña en el que se hospedaba la expedición rojilla. Allí pudieron observar una pequeña reunión entre el presidente, los consejeros, Cúper y Alfano o contemplar el semblante preocupado del técnico argentino.
A medida que transcurrían las horas crecían también el entusiasmo de los seguidores desplazados. Dos horas antes del partido era imposible no hallar referencias al club balear en las cercanías de Riazor o no escuchar los cánticos de aliento al equipo. Eso o los gritos dirigidos al Levante, que protagonizaban una sintonía muy similar a la que empleó Etoo para celebrar la Liga, aunque una sustancial variación en sus letras. La masa social mallorquinista, que por entonces ya se había reagrupado y superaba el medio millar, recibió al equipo como si éste fuera a jugar su cuarta final de la Copa del Rey. El detalle impresionó a los jugadores y a algunos miembros de la expedición, como Toni Tacha, que terminaron de espolear a la hinchada. A partir de ahí todo fue una fiesta porque los cánticos de apoyo ya no cesaron y el bermellón se hizo visible. Ahora sólo falta culminarlo, y con una afición así, se antoja más fácil que nunca.