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Aquel chaval que provocaba olés en el Lluís Sitjar cuando era un imberbe cruzó ayer el umbral de la historia. Después de una trayectoria serpeante, de tocar el cielo con el Mallorca y de emigrar a Burdeos y Manchester en busca de una oportunidad, Albert Riera Ortega (Manacor, 1982) se convirtió ayer en el tercer mallorquín en defender la camiseta de la selección nacional absoluta. Después de un minuto eterno en la banda, el manacorí pisó el césped del Mrgi Park de Aarhus en el minuto 68 en sustitución del valencianista Joaquín. A los 89, cerró el triunfo (1-3) con un golazo de lujo.

Un informe favorable de Francisco Navarrete y un peculiar contrato -el Mallorca pactó con el Manacor que el 15% de la venta del futbolista se gastaría en la compra de solares para construir un centro deportivo- provocó su cambio de residencia a los 13 años. Mostró su zurda privilegiada por todas las categorías y los grandes (Barcelona, Valencia y Madrid) preguntaron por él cuando su cláusula de rescisión era ridícula.

Se asomó al primer equipo a los 17 años. Vázquez convocó a dos juveniles para el partido ante el Galatasaray. Robles fue titular, Riera se quedó en el banquillo del Ali Sami Yen.

Meses más tarde, con el juvenil, disputó la final de la Copa ante el Barça y una lesión le apartó de la Intertoto. Pero reapareció con fuerza, con un gol que le dio la Copa Atlántico a la sub'18. Se estrenó en la sub'21 sustituyendo al entonces sevillista Reyes.

Luis Aragonés le dio la alternativa en la máxima categoría en un Racing-Mallorca (2-1) cuando todavía no había cumplido los 19 años. Eran días de vino y rosas para el manacorí, que dio un paso atrás al año siguiente. Ni Krauss ni Kresic le dieron cancha y el club optó por bajarle a la disciplina del filial. Llompart le cargó la pilas y Riera acalló a los agoreros.

La llegada de Manzano le rescató de las catacumbas del Sitjar. El técnico le entregó el carril zurdo y él explotó. Fue pieza clave en la consecución de la Copa del Rey y llamó la atención del Girondins, que se rascó el bolsillo. En Francia se aburrió y regresó a la Liga gracias al esfuerzo del Espanyol, que desembolsó 3 millones de euros. Tras un inicio para olvidar con Lotina -el técnico le situaba como carrilero, exigiéndole más física que técnicamente- el manacorí aceptó una cesión al Manchester City. Allí mejoró en el juego aéreo y de contacto. Regresó, deslumbró en la final de la UEFA y el Espanyol le renovó recientemente tras rechazar una oferta millonaria del Ajax.

Ha dejado atrás su serpeante carrera para explotar todo su talento. De momento, ya ha dejado un hueco para la camiseta, con el número 20, en la casa que está construyendo en Mallorca.