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Fernando Fernández El Aqua Mágica vuelve a sonreír. No era para menos. Ante La Palma, todo lo que no fuera ganar suponía un desastre de escala industrial, caer a zona de descenso y alejarse de la zona apacible de la clasificación de manera traumática. Los canarios justificaron su situación, aunque tuvieron el partido en su mano al arranque del tercer cuarto, pero Rejón, Pacreu y Roe se echaron el equipo a las espaldas y el Palma Arena se despidió entre aplausos y pitos para los árbitros, nada permisivos y a veces muy sueltos con el silbato. Al final, la calidad del Palma supo levantar un encuentro (83-72) que hizo volar sobre el ambiente del Arena a los fantasmas que lo poblaron frente a Melilla y l'Hospitalet, y los de Colino recuperan buena parte de su crédito en los albores de un final de primera vuelta tan apasionante como complicado.

Con Roe de inicio y motivado, mal no podían ir las cosas. El estadounidense halló en un Jackson enchufado a un buen socio y con esas, el Aqua Mágica emitía buenas vibraciones (18-12), más cuando Rejón se adueñó de la pintura.

El panorama cambió radicalmente en el inicio del segundo acto. Fue aparecer David Gil en pista y La Palma despegó. El base se mostró infalible (3 de 3) desde más allá de 6'25 y los de Bohígas aparecieron en escena dispuestos a dinamitar el festival celeste (22-23). Puyada respondió con un triple vital, pero los problemas se multiplicaron bajo los tableros con la tercera falta de Rejón, víctima de un arbitraje demasiado riguroso. Balmón era el recambio natural, pero el andaluz no estaba fino. Mal momento cuando su renovación está cocinándose.

Pacreu lo arregló con una canasta desde larga distancia, y una absurda técnica al banquillo visitante como consecuencia de una falta de coordinación entre banquillo y pista, hizo el resto. Llegaba el ecuador (34-32) con mucho por aclarar y el miedo en el cuerpo entre los más de mil aficionados que arroparon al Palma en un encuentro trascendental. Ellos también merecían darse una alegría, pero el tercer cuarto les reservaba el susto habitual.