El capitán de la selección alemana, Michael Ballack, durante el entrenamiento que realizó ayer su selección.

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El 30 de abril de 1945, cuando ya todo estaba todo perdido, Adolf Hitler decidía suicidarse en su búnker junto a Eva Braun, su amante a lo largo de muchos años y esposa durante sus últimos días. La Segunda Guerra Mundial agotaba sus últimos días.

Tras la sangrienta Batalla de Berlín, que trajo como consecuencia directa la rendición incondicional de Alemania ante el Ejército Rojo, se puso fin al mayor conflicto bélico de la historia de la humanidad. El mundo se estremecía ante los horrores del nazismo y los alemanes, avergonzados, intentaban reconstruir un país totalmente devastado, prácticamente reducido a cenizas.

En plena posguerra, el país teutón acusaba una grave falta de mano de obra y se promovió la contratación de trabajadores procedentes de Grecia, España, Portugal, Marruecos, Túnez, Yugoslavia... Y Turquía. La inmigración otomana acabó convirtiéndose en un proceso único en el desarrollo de la nación, hasta el punto de que las últimas estadísticas desvelan que 2'6 millones de ciudadanos germanos son originarios de Turquía.

El fútbol siempre ha sido un buen instrumento de integración. La Bundesliga está poblada de linajes turcos, aunque después de muchos años, la integración de los musulmanes sigue siendo compleja. Alemania y Turquía se cruzan esta noche busca de un puesto en la final de la Eurocopa. Por historia, es un encuentro especial, distinto, pero también un simple partido de fútbol.