Los jugadores del Mallorca celebran un gol durante el partido ante el Cornellà de la primera vuelta. | MIQUEL ÀNGEL BORRÀS

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Uno de los primeros lugares a los que miró el mallorquinismo tras precipitarse al pozo de la Segunda B fue al suelo. Acostumbrado a jugar sobre césped natural durante décadas, el Mallorca se veía abocado a cambiar de registro por exigencias del guión.

Fuera de la burbuja de la LFP y sin el abrigo de su normativa, tenía que desfilar por campos de aforo reducido, muy lejos de las grandes tribunas que había conocido y, en algunos casos, aprender a manejarse en polideportivos.

Para el Mallorca los partidos sobre césped artificial han supuesto un dolor de cabeza que cesará el domingo, cuando el equipo de Vicente Moreno dispute en Cornellà el noveno y definitivo encuentro sobre esa superficie. La misma a la que recurrió ayer en Son Bibiloni para ir ganando en confianza. Sobre ella ha firmado tres triunfos, alguno muy convincente, ante Ontinyent (0-1), Ebro (0-2) y Saguntino (1-2), pero también su única derrota, en Santa Eulària (2-1). El resto las resolvió con cuatro empates: primero ante los vecinos ATB (0-0) y Formentera (1-1) y luego en dos espinosos compromisos contra el Badalona (1-1) y el Llagostera (0-0).