A Molango siempre le costó encajar en el club balear, por lo que decidió acometer una purga que se saldó con un puñado de despidos, en su gran mayoría, totalmente injustos. Llenó los despachos de gente de confianza y proyectó un Mallorca irreconocible para los más nostálgicos. Su obsesión por acallar críticas y cualquier voz discordante le llevó a mejorar finiquitos a cambio de cláusulas de confidencialidad, aunque estos detalles nunca preocuparon en exceso a Robert Sarver o Andy Kohlberg, que desde la distancia analizaban balances y resultados.
En circunstancias normales, Molango hubiera sido finiquitado tras el descenso a Segunda B, aunque viajó a Estados Unidos y fue capaz de convencer a los principales accionistas de que el histórico naufragio obedeció a una conjunción astral. El ejecutivo suizo, simplemente, pasaba por allí. Resucitado, el consejero delegado tuvo la habilidad de encontrar a Vicente Moreno. Mantuvo un perfil bajo durante un tiempo, pero la bonanza deportiva reactivó su perfil más soberbio. No tardó en olvidar las mañanas en Peralada y también a quienes condujeron el autobús hacia Ontinyent.
El regreso a Primera fortaleció su egolatría. A pesar del éxito, una numerosa facción de la hinchada nunca comulgó ni con su estilo ni con sus formas. Molango siempre fue un tipo que se escondió en las derrotas y el primero en celebrar las victorias, un asunto complejo para una afición que siempre ha valorado más la humildad que cualquier otra cosa.
Sus desplantes a Moreno, a quien casi relegó en público a la categoría de botones, se contextualizan en la desastrosa planificación de la temporada, liderada y ejecutada personalmente por Maheta, un gran vendedor de enciclopedias pero un pésimo director deportivo. ¿Y Javier Recio? De vacaciones con el equipo en puestos de descenso. No hace falta que vuelva…
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