Un buen mallorquinista sabía que el partido ante Las Palmas se perdía porque tantas emociones durante la semana no podían terminar nunca bien. Por eso el punto sumado sabe a victoria. Esta apreciación no la entenderán lejos de nuestras fronteras, pero no me negarán que es así. No es por falta de confianza, ni por no creer en el proyecto, tal vez es por esa prudencia desmedida que te lleva siempre a echar el freno antes que disparar la euforia.
Un buen mallorquinista estará eufórico después del partido. No tiene nada que ver este párrafo con el anterior, pero ustedes me entienden. Después de ver el espectáculo de Sergi Darder en el campo y cómo el engranaje del equipo empezó a funcionar, desterré el pesimismo y terminé la noche pensando en Europa. Soy así. He de reconocer que no tengo término medio. Un buen mallorquinista lo entenderá seguro.
Soy de los que se ilusionan con los nuevos fichajes, con la guía Marca, con las obras del estadio y ese aroma a césped mojado de los primeros partidos. Si encima el club trae a Sergi esa ilusión alcanza límites insospechados. Porque el Mallorca ha fichado a Darder en su mejor momento. Sabe medir su esfuerzo, poner el balón donde toca y administrar su talento. Un buen mallorquinista ayer por unos minutos ya no se acordó de Salva Sevilla, Galarreta ni Kang In Lee. Ya me entienden.
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