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ROCÍO AYUSO - LOS ÀNGELES
La muerte de Jack Lemmon, víctima de las complicaciones de un cáncer, deja un gran vacío en Hollywood que se lleva un gran cómico, uno de los mejores actores dramáticos y una gran persona. «Es uno de los actores más grandes que ha dado la historia de este negocio», resumió su portavoz Warren Cowan al anunciar su muerte a los 76 años. «Si hubiera que decir una palabra sobre él sería que era una bellísima persona. Es una opinión compartida por todos los que le conocieron».

En una industria tan competitiva como la de Hollywood, el nombre de Lemmon, ganador de dos Oscar y con un total de siete candidaturas, siempre fue tratado con respeto. Lemmon falleció en el centro dedicado al cáncer USC/Norris acompañado por su segunda esposa, Felicia, además de sus tres hijos. Uno de sus últimos papeles, sin que su nombre fuera citado en los títulos de crédito, fue el de un jugador de golf al borde de la muerte en «La leyenda de Bagger Vance». Nacido en un ascensor en Massachussets (EE UU) y educado en Harvard, la pasión de Lemmon por la actuación quedó clara desde su infancia aunque no se dedicaría de forma profesional hasta regresar de su servicio en la Segunda Guerra Mundial. En 1955 ya había recibido su primer Oscar como actor secundario por «Mister Rogers». El segundo fue en 1973 por «Salvad al trigre».

«Lo que hagas, si lo haces bien, o incluso si no lo haces bien, lo tienes que hacer con pasión y mi pasión está en la interpretación», afirmó en una reciente entrevista. «La felicidad es trabajar con Jack Lemmon», declaró el realizador Billy Wilder, que junto con Walter Matthau hizo realidad algunas de las mejores obras de Lemmon. En su larga filmografía destacan «Días de vino y rosas», «Con faldas y a lo loco», «Missing», «Primera Plana» o «Irma la Dulce». Entre las pocas cosas que le enfadaban, nada como los malos guiones: «Las malas películas me enfurecen», dijo.