Visto a ojos de hoy en día, cuesta imaginarse a los agentes del
orden arrestando en 1889 al tenor Baldomero Llurià sólo porque se
negó a utilizar el traje que le ofrecía la empresa para representar
«Il Trovatore». Ni corto ni perezoso, el divo apareció en escena
vistiendo traje de calle y una capa, lo que provocó la protesta de
un sector del público. Una vez acabada la función, varios de los
músicos de la orquesta y cantantes se solidarizaron con el solista
y fueron a verle a la cárcel situada davall sa plaça. Junto a ellos
también acudió gente del público.
Como acto de desagravio, según relata Mercadal, empezaron a
interpretar una conocida aria en la que el tenor debe dar un
comprometido do de pecho. «Lluria, que desde tras los barrotes de
la prisión contemplaba la improvisada serenata, al llegar el
momento oportuno emitió con fuerza y seguridad el dichoso do,
aplaudido frenéticamente por los reunidos los cuales se dispersaron
temiendo una nueva intervención de los agentes gubernativos».
Pero aún hay más. En las páginas del capítulo titulado
«Anecdotario y miscelánea» el libro relata otra situación curiosa.
A finales del siglo pasado, el teatro mahonés tenía fama de ser una
plaza especialmente difícil por la elevada exigencia del público.
Tanto era así que incluso había un sector de aficionados que acudía
a las representaciones partitura en mano. En cierta ocasión
pidieron explicaciones al director de «Faust» porque no estaban de
acuerdo con la versión ofrecida del final del cuarto acto. Al no
juzgar satisfactoria la respuesta decidieron consultar el asunto
directamente con el compositor, Charles Gounod, que contestó por
escrito muy cortésmente pero evitando entrar al trapo de la
polémica.
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