Los actores Lluís Soler, Roser Batalla, Jordi Díaz y Jordi Boixaderas, ayer en el Auditórium. Foto: MARGA MONER

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Raras veces un guión teatral se convierte vertiginosamente en un fenómeno de masas. «El mètode Grönholm», a un escaso año y medio de su estreno simultáneo en Barcelona y Madrid, no sólo ha sido vista por un millón de espectadores en todo el mundo, sino que ha traspasado el formato escénico para adquirir también un espacio en el cine y en la televisión, léase el programa de TV3 «Sis a traició». Su versión catalana, dirigida por Sergi Belbel e interpretada por Jordi Boixaderas, Lluís Soler, Roser Batlla y Jordi Díaz, llega hoy y hasta el domingo al Auditòrium de Palma, coincidiendo con el estreno de «El método», adaptación cinematográfica llevada a cabo por los argentinos Mateo Gil y Marcelo Piñeyro («Kamchatka»).

El responsable de este fenómeno es Jordi Galceran, que con «El mètodo Grönholm» ha alcanzado su tercer gran éxito teatral, tras «Dakota» y «Palabras encadenadas». Según explicó ayer en rueda de prensa uno de sus intérpretes, Jordi Díaz, esta obra «nace de una noticia aparecida hace algún tiempo en los periódicos en la que se aludía a una serie de documentos encontrados en un contenedor y pertenecientes al departamento de personal de una cadena de supermercados».

Este fue el pretexto a partir del cual Galceran reúne a cuatro candidatos -tres hombres y una mujer- en la fase final de unas pruebas nada convencionales que ha organizado una importante multinacional para escoger un alto ejecutivo. «Los participantes en esta selección serán capaces de lo que sea, hasta de humillarse y perder la dignidad», afirmó otro actor, Jordi Boixaderas. «Aunque en tono de comedia, esta obra refleja a lo que esta sociedad nos obliga por la extrema competitividad», añadió Roser Batalla.

La idea del juego como metáfora de las relaciones humanas, siempre presente en las obras de Jordi Galceran, guionista también de teleseries televisivas como «El cor de la ciutat», se convierte en ésta en un referente absoluto, «donde verdad y mentira se entremezclan confundiendo al espectador, que se mantiene todo el rato en el borde de lo políticamente incorrecto», aseguró Jordi Boixaderas.

Los actores comentaron también que, a pesar de ser una «comedia despiadada», el público no para de reír. Esta circunstancia se sustenta, dijo Roser Batalla, en que «la risa en un recurso humano ante la crueldad».

Candidata a los Max como mejor obra en catalán, entre otras nominaciones, finalmente se llevó un premio al mejor diseño de iluminación, realizado por el barcelonés Kiko Planas. Su escenografía, que anteriormente lucía una réplica de un tapiz mironiano, ha tenido que ser transformada por petición de la Successió Miró, que no aceptó el uso de la obra del pintor catalán. Boixaderas dijo al respecto: «A mi me sorprende, pero la familia de Miró sabrá como tiene que llevar su negocio».