«Me gustaría que el premio Cervantes hubiera sido para Cervantes. Cómo hubiera aliviado sus últimos años el recibirlo», afirmó Pacheco tras recoger de manos del Rey el máximo galardón de las letras hispanas en un acto que se recordaron los recientes terremotos de Chile y Haití.
Pacheco, que había anunciado un discurso «muy sencillo y muy modesto», aseguró en su intervención que la situación de los escritores no ha cambiado desde los tiempos en que el propio Cervantes y su rival Lope de Vega se humillaban «ante duques, condes y marqueses».
«Casi todos los escritores somos, a querer o no, miembros de una orden mendicante. No es culpa de nuestra vileza esencial sino de un acontecimiento ya bimilenario que tiende a agudizarse en la era electrónica», aseguró el escritor mexicano, de 70 años, que llegó a la Cátedra del Paraninfo ayudándose de un bastón.
Allí le aguardaban diversas autoridades, entre ellas los Reyes, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero -quien llegó acompañado de su esposa, Sonsoles Espinosa-; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre; la responsable de Cultura del Gobierno mexicano, Consuelo Sáizar, y la ministra de Cultura, Angeles González-Sinde.
Pacheco encontró «argumentos contra la vanidad» incluso en la anécdota que protagonizó cuando se le cayeron los pantalones -"no tenía tirantes», explicó a los periodistas- minutos antes de que comenzara en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el acto de entrega del premio.
De la «bondad» y la «modestia» del autor de «Tarde o temprano» dejó constancia en su discurso el Rey, quien destacó que la obra del galardonado rezuma «una humanidad y un compromiso fraterno» que «le han llevado siempre a estar cerca de los que sufren».
Como ejemplo citó «Las ruinas de México», el poema escrito por Pacheco tras el terremoto que asoló su país en 1985, y recordó el «hondo dolor» causado por los reciente seísmos sufridos por «el querido Haití» y «esa patria hermana y literaria que es Chile».
Pacheco había terminado su discurso afirmando que «nada de lo que ocurre en este cruel 2010 -de los terremotos a la nube de ceniza, de la miseria creciente a la inusitada violencia que devasta a países como México- era previsible al comenzar el año».
«Todo cambia día a día, todo se corrompe, todo se destruye», añadió el galardonado, quien, sin embargo, dejó una puerta abierta: «En medio de la catástrofe, al centro del horror que nos cerca por todas partes, siguen en pie, y hoy como nunca son capaces de darnos respuestas, el misterio y la gloria del Quijote», afirmó.
Pacheco comparte con Cervantes una diversidad creativa que abarca diversos géneros literarios y que «ha estado siempre teñida de un profundo sentimiento de cercanía humana», destacó Don Juan Carlos.
El Rey resaltó que en su «extenso recorrido creativo» el escritor mexicano «ha viajado a través de la riqueza y los matices del español, desde lo conversacional hasta la alegoría, desde el monólogo dramático a la voz del cronista, desde el guiño irónico hasta la hondura de un compromiso ético, ejemplar y necesario».
La obra de Pacheco demuestra que «sólo lo frágil perdura, que hay defensa contra el vacío y que se puede ser conciencia del tiempo», según ha subrayado en su discurso Angeles González-Sinde.
También la ministra elogió la humildad de un autor que «entre ser admirado y conectar, elige la humildad, decide conectar», una decisión que le ha llevado a firmar «algunos de los poemas más compasivos y solidarios del último medio siglo».
«Poemas que nos ayudan a ser mejores ante nosotros mismos, frente a la violencia y la crueldad, frente a cualquier forma de adversidad», ha añadido la ministra.
Terminado la ceremonia de entrega del premio, Pacheco abandonó el Paraninfo del brazo de la Reina, con la que recorrió junto al resto de las autoridades, distintas dependencias de la histórica universidad, hasta llegar a un claustro donde se tomó la foto de familia del acto.
A la foto se sumaron la mujer del escritor y sus dos hijas, que hasta entonces se habían mantenido en un segundo plano.
Tras tomar un aperitivo, el galardonado, los Reyes y el presidente del Gobierno abandonaron el claustro y fueron despedidos por la tuna de Alcalá de Henares, a cuyos miembros Don Juan Carlos saludó uno por uno.
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La vida de Miguel de Cervantes Saavedra fue de auténtica novela. Dicen que estudió con los jesuitas de Sevilla. Toca madera. Practicó en la escuela literaria de Juan López de Hoyos, en Madrid. Tuvo que huir de Madrid a Roma, por una riña, con herida de espada, a su víctima. Estuvo en la Ciudad Eterna viviendo de gorra, al servicio del cardenal Julio Acquaviva. Dicen que fue su camarero, otros más osados, aventuran otros oficios menos honestos, porque cuando regresó era portador de cartas de recomendación, que le hubieran otorgado el nombramiento de capitán por lo menos. Piensen ustedes mal o lo que se figuran es cierto. Como era gafe, en la galera Sol, fue apresado por los turcos que lo tuvieron cautivo en Argel, en los baños, habiendo sido comprado por el renegado griego Alí Hami. Su familia, pagando a tocateja, lo rescató, con un pedigrí de bise u homosexualidad, por confraternizar más de la cuenta, con sus amos, que lo tenían esclavizado, en mazmorras de castigos y otros tormentos que ahora se paga por ello, según anuncian en los económicos. Perseguido por su mal fario en la Batalla de Lepanto lo dejaron manco para que en una conferencia en el Ateneo de Madrid, César González-Ruano pudiera, haciéndose el snob, proclamar que "El Quijote está escrito con los piés, ya se sabe que Cervantes era manco". Fue echado a sombrerazos y paraguazos, al grito de maricón, más que maricón. Veraneaba en Sitges (César). Luego fue encarcelado por desfalcar en el cobro de impuestos, ya que fue recaudador como San Mateo, y fue encarcelado en Sevilla. Más de lo mismo. Vivió la España del Siglo de Oro, donde no se ponía el Sol ni tampoco la mesa porque no había de qué comer. Otro día, os contaré el final.