Lluís Maicas, posando para esta entrevista en Palma. | Teresa Ayuga

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Lluís Maicas (Inca, 1954) tiene muy claro que la escritura tiene que ser «clara y precisa». Y predica con el ejemplo con su sección Escala de replans, que publica cada domingo en este periódico, y con sus libros, sean poemarios o dietarios. Ahora, el autor continúa en la línea de La casa cremada i altres incendis (Perifèrics, 2018) con su nuevo poemario, Ple de jo, que también publica con el sello Perifèrics.

Su poemario anterior es Goteres de llum (Ensiola, 2020), pero afirma que Ple de jo se encuentra más en la línea de La casa cremada i altres incendis (Perifèrics, 2018).
— Sí, Goteres de llum era otro tipo de poesía, de construcción más sencilla. Ple de jo sigue el hilo de La casa cremada y continuará con dos libros más en los que estoy trabajando. Siempre intento buscar otro camino, porque cuando agotas uno tienes que buscar otro.

La enfermedad está muy presente en los poemas, pero siempre con humor, casi como una autoparodia. Se burla de ser hipocondríaco.
— Es que soy un poco hipocondríaco. No pienso en enfermedades serias, pero sí que siempre tengo cositas. Por otra parte, reírse de uno mismo es la única manera que tenemos de sobrevivir, es como un mecanismo de defensa. No tengo ningún deseo de morirme, aunque me favorecería mucho, pues cuando un escritor fallece recibe mucha atención. Con todo, me parece un sacrificio demasiado grande.

Hay algún poema que trata del malestar emocional provocado por el confinamiento, pero no habla mucho de ello precisamente.
— Durante el confinamiento hice alguna obra más visual, sobre todo al principio, pero la realidad es que, a nivel de escritura, no me afectó demasiado. Ni en el dietario que publiqué [Una fosca d’ungles pintades, El Gall Editor, 2021] quise hablar de ello. Una cosa es la ironía sobre la propia muerte y otra cosa es hacerlo sobre la pandemia, que tantas muertes ha causado. Mucha gente lo ha pasado y lo sigue pasando muy mal. Ahora bien, respeto que haya gente que haya podido aprovecharlo literaria o plásticamente.

Advierte que el virus de la estupidez humana es más difícil de curar...
— La pandemia me ha enseñado dos cosas. La primera e que puedo vivir con poca gente y con pocas cosas. Llevo la vida de un ermitaño y no me afectó tanto el confinamiento. Vivo en el campo y puedo estar perfectamente una o dos semanas sin salir de casa. Por otra parte, para bien o para mal, nos ha enseñado que tenemos una gran capacidad para olvidar. Hemos podido comprobar lo mal que estamos sin turismo, pero en vez de replantear un modelo económico seguimos igual, queriendo ampliar aeropuertos. Hemos tenido un año y medio para repensar y reflexionar en cómo diversificar la economía, pero no hemos aprendido nada de nada. Hace poco los medios de comunicación mostraron cómo la gente hacía varias horas de cola para darse un chapuzón en el Caló des Moro. Parece sacado de un poema absurdo.

La pandemia nos ha dejado a todos un poco trastornados, entre la variabilidad de las restricciones...
— Ha planteado la típica dualidad de si prefieres la seguridad o la libertad. Desde los perfiles oficiales se opta por la seguridad, pero en cada crisis hay un mordisco de nuestra libertad, hasta tal punto que hay cosas absurdas como que hay un cantante exiliado. Cuando murió Franco se podían decir más cosas que ahora. A finales de los 70 todo el mundo estaba avergonzado de decir que era facha o nazi, ahora en cambio no hay tanto reparo. Todo el mundo quería ser demócrata.

En algún poema insiste en la necesidad de ser «claro y preciso».
— Para mí es muy difícil llegar a depurar mi escritura, ir sacando lo que no sirve y solamente decir lo que quiero decir. Dejar lo esencial. Es un objetivo que he perseguido siempre, pero es ahora cuando tengo la sensación de que empiezo a conseguirlo y la poesía es el género que más permite hacerlo.

Se define como un «obrero de la palabra», muy disciplinado a la hora de escribir.
— Llevo 40 años escribiendo y lo hago cada día. Soy muy persistente. No queda nada por decir, todo está dicho, lo único que puedes aportar es tu manera de verlo y de decirlo. Cada persona es distinta y también lo es su percepción, nadie ve la realidad con tus ojos. Por ello, un escritor no puede ofrecer novedades, sino su visión personal de lo que ve y lo que sucede. Otro asunto es poder llegar a la excelencia absoluta. Shakespeare no propuso temas nuevos, sino que eran cuestiones que todo el mundo conocía y sentía: celos, muerte, poder... Pero no todos consiguen tener una voz propia.

En Ple de jo habla sobre todo de sí mismo y no tanto de elementos externos.
— Efectivamente. Y siempre lo doy todo, sin reservas; llego al límite. Cuando escribo y publico un libro, es lo mejor que puedo ofrecer en ese momento. Otra cuestión es si lo hago mejor o peor, pero el lector puede estar seguro de que es lo mejor que he sido capaz de hacer.

Es una gran exigencia y compromiso con el lector y con usted mismo.
— Es la única manera de encontrar la tranquilidad. Si tienes la convicción de que has hecho todo lo que has podido, no puedes hacer más. Hay cosas que mejoran con la edad, pero no forzosamente es así. Hay mejoras imperceptibles para el lector, como el dominio de la escritura, de la lengua.... En mi caso, cuando estudiaba no se enseñaba en catalán, así que lo he aprendido de forma autodidacta. Por ello siempre me preocupa el no hacerlo suficientemente bien.