Miquel Segura ha llevado sus cerámicas por medio mundo. | Curro Viera

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Miquel Segura Palmer (Palma, 1961) lleva el arte en las venas y muy especialmente en sus manos. La suya es una manera de trabajar directa y honesta, que se enraíza en las más honda tradición mallorquina cuando se centra en la elaboración de las cerámicas, en las que es un experto. En los años 80 comenzó su formación como creador en la escuela de Artes y Oficios de Palma.

Desde el año 1984, en que fue seleccionado para el Premio Ciudad de Palma, expone sus pinturas y cerámicas tanto en la Isla como fuera de ella. Suecia, Taiwan, Francia o Bélgica son solo algunos de los lugares en los que sus creaciones han podido disfrutarse. Con este bagaje, analiza la relación entre sus creaciones y la más íntima tradición mallorquina, a la que no puede ni quiere renunciar.

Pese a que cada vez está más valorada, ¿qué falta para que la cerámica ocupe el lugar que merece en el mundo del arte?

—Faltan en mi opinión una combinación de varias cosas, por una parte una muy necesaria pedagogía. Es necesario que la sociedad conozca la cerámica artística, de autor y contemporánea, para así fomentar el coleccionismo, que ya es un mercado muy fuerte en algunos países y que aquí es prácticamente inexistente. Por otra parte la cerámica tiene que entrar en museos y galerías de la mano de los propios ceramistas. Esto no ocurre normalmente, ya que llega a esos espacios de la mano de pintores o escultores. Hay que pensar en un factor: se habla mucho de la cerámica de Picasso, Miro, Chillida o Tàpies, aunque ninguno de estos artistas era realmente un ceramista como se entiende actualmente, no eran verdaderos expertos en este arte.

¿Qué de especial tiene trabajar con esos materiales y esas técnicas ancestrales?

—La cerámica siempre y en todas la culturas ha estado ligada al hombre desde un punto de vista fisiológico. Sin ir más lejos, cuando hablamos de las partes de una pieza lo hacemos estableciendo paralelismos con las partes del cuerpo humano. Hablamos de pie, panza, cuello, boca, etc. Cualquiera persona, en cualquier parte del mundo y a cualquier edad, puede dar forma a sus ideas o sentimientos con un simple, humilde y barato pedazo de barro y lo siente próximo, hay una sensación en el que acude por primera vez al barro de que esto ya lo conoce, que ya lo ha vivido. Es un sentimiento atávico con un gran poder simbólico y muy presente en todas las culturas.

Se ha especializado en un tipo de cerámica japonesa con una tradición muy rica y compleja ¿Qué ha encontrado en el chawan y su mundo para que ocupe una parte tan importante de su trabajo?

—Como cualquier técnica o arte procedente de Japón, el chawan es un camino a recorrer. Empieza como algo mecánico, algo físico, externo al artista, pero poco a poco, con el tiempo pasa a ser algo interno, una especie de lucha contigo mismo, un camino en el sentido de la filosofía oriental en definitiva. El chawan o bol para tomar el té matcha es todo un mundo en sí mismo, infinito en cuanto a formas, colores y texturas, la emoción que puede llegar a producir una pieza tan pequeña a la que multitud de artistas han dedicado su vida es inexplicable.

¿Cómo ha sido la experiencia de llevar sus trabajos fuera de nuestras fronteras?

—Creo firmemente que hay que salir del propio territorio para poder confrontar ideas. El artista pasa mucho tiempo en soledad y corre el peligro de repetirse o, peor aún, de creer que lo que hace es especial. En mi caso tanto en países de Europa como en Oriente lo que he podido comprobar es que lo que se valora no es que seas técnicamente muy bueno, sino que tu trabajo te refleje a ti y a tu cultura. Es sencillo: ir a Japón o a China con unas cerámicos chinas o japonesas no tiene ningún sentido, estas perdido como creador porque ellos nos llevan demasiada ventaja, con siglos de tradición. Hay que coger lo bueno que tienen, lo que se aprende con ellos, pasarlo por nuestro filtro personal y darle la forma de nuestro mundo, para poder crear algo realmente nuevo desde un punto de vista tanto artístico como personal.

Vivimos en una isla muy apegada a la tierra y a sus costumbres ¿La tradición ceramista de Mallorca le ha marcado en algún sentido?

—Evidentemente, todos los mallorquines hemos crecido con graixoneres y escudelles, esto lo llevamos incorporado y si además acudimos a la gran cerámica antigua de los museos, las magnificas formas fenicias, los trabajos a pincel árabes o lo viva que esta la cerámica talayotica, tenemos ya un gran punto de partida, una base para sumarle la cerámica de gran fuego oriental y escuchar, estar a la espera y si ella viene bien, crear algo.