Sin olvidar uno de los más recientes fenómenos mediáticos surgidos alrededor de este subgénero documental: A los gatos, ni tocarlos: Un asesino en Internet. Una serie documental en tres partes, acerca de la búsqueda por parte de tres justicieros online, de un asesino de felinos que publicaba sus atrocidades a la vista de todos, creyendo que la distancia que permite la frontera digital, le haría intocable. Y tras ese documental, su productora, la británica Felicity Morris, se estrena como realizadora con El timador de Tinder, situando su mirada en Simon Leviev, un supuesto multimillonario israelí que capturaba a sus presas a través de la red social Tinder.
Desde la mirada de tres de sus víctimas, Cecilie Fjellhøy, Pernilla Sjöholm y Ayleen Charlotte, Felicity Morris se adentrará no solo en la identidad y personalidad de una nueva especie de depredador y estafador, sino que desarrollará un lúcido discurso sobre las posibilidades que permite el anonimato y la construcción de la identidad en los medios online, así como la deconstrucción de la realidad a partir de los mecanismos de la ficción.
Simon Leviev: playboy internacional
La imagen que Simon Leviev transmitía a través de sus canales sociales es un verdadero estereotipo de lo que supuestamente significa el éxito en la era de las redes sociales. Con un aspecto físico construido al milímetro, casi un híbrido entre la arrogancia del Tony Stark interpretado por Robert Downey Jr. y su némesis en Iron Man 2, el Justin Hammer de Sam Rockwell, más una vida de oropeles (jets privados, hoteles y mansiones de escándalo, fiestas en los garitos más exclusivos con botellas de champán a 10.000 dólares…) magnificados a través de sus perfiles sociales, comenzaba a atraer a sus víctimas a través de la aplicación de citas Tinder.
Su modus operandi era el siguiente: una exposición inmoral de una vida de lujo excesivo, un background que le convertía en el heredero de una familia israelí multimillonaria dedicada a la compra-venta de diamantes y una personalidad opaca y misteriosa que le convertía, a ojos de sus presas, en un misterioso y atormentado seductor y galán, cercano a personajes de ficción como Christian Grey.
Para alcanzar sus objetivos, Leviev atrapaba a sus presas en su tela de araña suntuosa, repletas de viajes exclusivos en jets privados, cenas en los mejores restaurantes de las capitales más importantes del mundo y noches de pasión en hoteles de cinco estrellas.
Anatomía de una estafa
Es en ese último lugar donde comenzaba realmente su plan. Leviev, en un acto de aparente sinceridad, revelaba a sus presas que era un hombre de éxito, pero rodeado de enemigos (de ahí que llevara un pequeño séquito de seguridad) que querían acabar con él. Y de esa concepción fantasiosa, casi de un héroe de acción, o espía internacional -aportándole ese atractivo que implica el peligro inminente, base del éxito de personajes de ficción como James Bond o Ethan Hunt- pasaba directamente a la declaración del galán del cine romántico -versión Disney o Crepúsculo- declarándoles tras dichas noches de pasión, ya fuera vía presencial o digital, su deseo de formar una familia, tener hijos y crear un futuro juntos.
Pero poco después de estas declaraciones salidas de la más estereotípica comedia o drama romántico made in Hollywood, Simon Leviev transformaba el relato, convirtiéndolo en un thriller de espías internacionales. Sus presas recibían una serie de whatsapps con imágenes y vídeos de él y de su guardaespaldas heridos, tras ser supuestamente atacados en plena calle por sus «enemigos». Unos enemigos abstractos que según él, pretendían destruirle.
Y como todo action hero que se precie, y con su vida pendiente de un hilo, debía desaparecer de la faz de la tierra, al estilo de John Wick. Y la manera de hacerlo era no dejar rastro de su presencia, a partir de, casualidades de la vida, no usar sus aparentemente abultadas e ilimitadas tarjetas de crédito.
La manera de solucionarlo: que sus enamoradas, en un salto de fe fruto del amor, pidieran préstamos para poder sacarle de este aprieto, en apariencia momentáneo. Su promesa: que lo devolvería en cuanto este mal trago pasara. ¿Y cómo iban a decir que no? Simon les había abierto su corazón y su mente. Habían vivido en primera persona el mundo de lujo y excesos que el compartía incesantemente en unas redes sociales que (casualmente) había también tenido que cerrar para no ponérselo fácil a sus enemigos.
Simon les había engatusado y colmado con todo lujo de detalles. Y por ejemplo, Cecilie Fjellhøy había estado pocos días antes de que saltara la liebre, visitando un exclusivo apartamento con vistas a Covent Garden, para irse a vivir junto a Simon. El dinero no iba a ser un problema.
El verdadero Simon Leviev
Pero el problema era que Simon Leviev no era quien decía ser. En realidad, su verdadero nombre era Shimon Hayut, un ciudadano israelí que había sido condenado en su país, en el año 2011, por falsificar e intentar cobrar unos cheques de su exempleador.
Huido de la justicia y bajo diferentes identidades -entre las que se encontraba otra tan cinematográfica como la de Mordechai Nisim Tapiro- comenzó una estafa piramidal que consistía en vivir una vida de excesos y lujos a partir del dinero que estafaba a las mujeres que tuvieron la mala suerte de caer en sus redes, a través de Tinder y el resto de sus redes sociales, en especial Instagram.
Mientras una hipotecaba su vida para salvar a su 'amado' de las garras de sus malignos 'enemigos', Leviev engatusaba a la otra, que posteriormente caería presa de esa misma mentira. Hasta que Cecilie Fjellhøy, ahogada por las deudas, cuenta su relato al periódico online noruego VG.
A partir de ahí, las piezas del rompecabezas comienzan a tomar forma y las otras dos víctimas centrales del documental, Pernilla Sjöholm y Ayleen Charlotte, la primera amiga sin relación sentimental y la segunda, pareja sentimental durante más de un año de Leviev, que acaba sentenciando su destino, al avisar a la Interpol de su llegada a Grecia, donde es detenido inmediatamente.
Todo ello es desarrollado en profundidad por Felicity Morris en su documental, haciendo uso de las mismas herramientas de la ficción de género de las que hizo uso Simon Leviev para atraer y atrapar a sus víctimas. El relato, estructurado a partir de tres puntos de vista que se bifurcan y se unen intermitentemente, comienza como una rom com, una love story, para en su segundo acto convertirse en un thriller de acción dirigido por Paul Greengrass, finalizando en su acto final en un cruce entre la revenge story y el subgénero de investigación periodística salido del Todos los hombres del presidente de Alan J. Pakula.
Todo para desarrollar un discurso acerca de los peligros de la conformación de la realidad a partir de las convenciones de unas ficciones populares surgidas del cine, la literatura y la televisión y construidas y magnificadas a través de la aparente transparencia de lo real surgida de los canales sociales.
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