El director, Israel Solá, define Contracciones como una «distopía laboral» que pone en tela de juicio cómo las empresas se entrometen en la vida privada de sus empleados. Dice distopía, pero hay algo de verdad en eso, ¿no?
Hay bastante verdad en eso, sí. Nos estamos acercando a un tipo de trato para las empresas que tristemente es así. De hecho, cada vez que hacemos una función hay alguien entre el público que dice que eso le ha ocurrido. Incluso hay quien ha tenido que salir de la sala porque había vivido algo similar en el ámbito laboral.
Entonces, ¿es una comedia y a la vez una obra que genera cierto sufrimiento?
El tema es tratado como una comedia. La cuestión es que te van haciendo gracia ciertos aspectos, pero poco a poco ves que no es tan así... Hay mucha crítica social, por eso el autor la define como una comedia negra.
España presume de ser un país de derechos, entre ellos laborales. Sin embargo, sigue habiendo jefes que no entienden que sus empleados tengan vida y preocupaciones más allá del trabajo, ¿no cree?
Totalmente. A parte, el sistema lo que hace es deshumanizarnos. Hay mucha gente que, para deshumanizar puestos laborales, como es mi caso en la obra, en la que interpreto a una jefa, ha tenido que ser deshumanizada antes, porque antes era el personaje de Candela. En eso consiste: en deshumanizar y convertirnos en robots.
Dice que interpreta a la jefa, ¿es, hablando en plata, la mala?
No es una persona mala, simplemente es una persona que tiene un trabajo difícil de realizar. Además, por encima de ella también hay otros jefes. Al final, la obra habla de que la responsabilidad no parte de la jefa, sino de más allá. Ella es una mandada más del sistema piramidal. Y ahí es donde está la trampa.
Ahora hay una conciencia de ver que el trabajo no es lo único que nos define, o no debería ser así… ¿Qué opina?
No creo que el trabaja te defina. Si acaso, te definen los valores en él, tu forma de realizarlo y tu ideología en él, pero no el trabajo en sí.
¿Nos hemos convertido en esclavos del trabajo?
El trabajo siempre ha existido. Lo que pasa ahora que las grandes corporaciones hacen que sí seas un esclavo. Y realmente, por mucho que reclames tus derechos, hay poca salida. Es como una doble vara de medir: parece que sí, pero no. Fíjate que ahora tenemos esta inflación tan grande, en la que sube todo, menos los sueltos. Eso hace que tengamos más miedo por perder el trabao, por ejemplo. Además, es una época muy complicada con la IA.
¿Le preocupa la Inteligencia Artifical?
Es la deshumanización pura y dura. Claro que me inquieta.
El trabajo genera alienación, pero a la vez a menudo parece ser la vía por excelencia para la autorealización...
El trabajo es importante, pero no todo el mundo se dedica a su pasión. Si te dedicas a algo que te gusta te sientes más realizado y mejor, pero la mayoría no tiene esa suerte. Sin embargo, aunque tengamos esa suerte, no quiere decir que todo sea maravilloso y formidable.
Habla de suerte, pero también debe de haber esfuerzo y más en un sector como el suyo, también precarizado.
Sí, me siento afortunada, pero me lo he currado y me lo curro muchísimo. Me apasiona mi trabajo y creo que somos responsables de transmitir un poco la cultura.
¿Sufre el síndrome de la impostora?
Por supuesto. Cada vez que empiezo un trabajo tengo millones de dudas, pienso en dejarlo... Es una profesión en la que estás muy expuesta. Intento mantener el equilibrio.
¿Cree que las actrices sufrís especialmente esa intromisión a la intimidad?
No. Creo que ahora la intromisión en la vida privada está en las redes sociales. A partir de ahí, tú puedes surferarlo, estar más resguardado. Nuestra profesión te expone mucho, pero ahora hay mucha más gente que lo está todavía más.
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