El conjunto de Glasgow nació en pleno auge del fenómeno ‘grunge’. | Redacción Cultura

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Kurt Cobain les definió como el mejor grupo del mundo; para Noel Gallagher, eran el segundo –después de Oasis, of course–. Pocas bandas concitan el respeto masivo de los amantes del indie rock, en general, y el power pop, en particular. Hablamos de Teenage Fanclub, un conjunto con 34 años de historia surgido del reivindicativo Glasgow, una ciudad bañada por las turbias aguas del Clyde, testigo inmutable del nacimiento de bandas como Primal Scream, Simple Minds, The Pastels, Del Amitri, The Vaselines, The Jesus & Mary Chain y Belle and Sebastian, entre tantos otros. Los escoceses actuarán este sábado en el Auditori d'Alcúdia, a partir de las 20.30, dentro del 7ona 7all 7est (Fona Fall Fest).

Este nuevo ciclo musical de otoño acogerá la presentación de Endless Arcade, último trabajo de esta banda artífice de clásicos como The concept, Don't look back, Norman 3 o Sparky's dream, grabados con letras de oro en los anales del power pop, una escena de voces dulces y melancólicas envueltas en brumas de melodía y distorsión –la almohada sonora sobre la que se recostó una generación hedonista, borracha de inocencia y ganas de vivir.

Nacidos en pleno auge del fenómeno grunge, Teenage Fanclub supo conjugar su propensión por el pop de corte clásico con la fiereza guitarrera propia de la época. Los de Glasgow no pueden faltar en ninguna retrospectiva musical de los 90 que se precie.

Aunque ya peinen canas, suenan y huelen a adolescencia, a tardes remoloneando en las calles, a sábados noche salpicados de confeti y alcohol… y es que sus desarrollos enérgicos y alegres nos invitan a no abandonar el País de Nunca Jamás. Porque a nuestros protagonistas no les pesa el paso del tiempo, la jovialidad de sus melodías no envejece. Siempre han mantenido como su marca de agua ese espíritu, que desde el principio se desmarcó de sus compañeros de generación. No pertenecían a aquella hornada exuberante del grunge, ni tampoco a la incipiente del indie, a pesar de los nexos evidentes con ambas escenas. Salvo en casos concretos, sus canciones no duraban más de tres minutos, centelleantes y con ese afecto por las melodías refrescantes, con estribillos reconocibles al instante y esa imagen de chicos buenos que no han roto un plato.

El flechazo con el público fue instantáneo, y también contaron con el beneplácito de la crítica. Desde entonces, pese a haber sufrido algún que otro resbalón, han mantenido la misma dirección musical.

Lanzan con regularidad un disco ajeno a estrategias comerciales, con la única expectativa de no defraudarse a sí mismos ni a sus seguidores. Es como si se mantuvieran en un plano espacio-tiempo congelado en los 90, cuando la juventud aún brillaba en sus ojos.