No es ni su porte de actor duro, ni su atractivo físico, ni las veces que lo hemos visto en películas de éxito mundial lo que más impresiona del actor Matt Dillon (New Rochelle, EE UU). De cerca, es su profunda y grave voz, casi de cantante del jazz afrocubano que tanto ama, y su clarísima dicción. Ayer, al lado de la actriz catalana Aida Folch y del director Fernando Trueba, presentó Isla perdida, película rodada en Grecia que ha inaugurado este sábado la decimocuarta edición del festival Atlàntida Film Festival en La Misericòrdia de Palma. Se trata de un drama, organizado en tres actos. Una historia de amor en un idílico lugar da paso a un thriller con reminiscencias de cine clásico y una trama en la que el personaje de Dillon lucha contra su pasado.
¿Por qué aceptó la propuesta de protagonizar Isla perdida y cómo ha sido rodar con Fernando Trueba?
—Con Fernando, tenemos muchos amigos e intereses en común. Nos gusta la música de jazz afrocubana. Un día, hablamos de trabajar juntos. Me envió el guion y era muy bueno. Al leerlo, podía visualizar la trama. Había un personaje con un pasado, del que intenta escapar. Fernando es un excelente director internacional. Es muy español, pero se trata de alguien global.
Ha trabajado con directores como Lars Von Trier, Gus van Sant o Francis Ford Coppola. ¿Qué tienen en común?
—Todos tienen en común que prestan mucha atención a los personajes y los actores. A veces, hay directores que parece que se escondan detrás de la cámara. Los buenos directores saben que las buenas historias siempre llegan de los personajes.
¿Ha sido difícil interpretar a Max, el propietario de un restaurante en una isla griega que esconde un pasado turbio?
—A veces ha sido fácil, otras veces no. Así es nuestro trabajo de actor. He aprendido con el tiempo que no puedes juzgar al personaje mientras lo estás interpretando. En ocasiones, te encuentras con escenas más difíciles. Al final del rodaje, fue un trabajo más intenso y físico como actor. Una vez, tuve esta misma conversación con Lars von Trier. Estaba teniendo problemas con una escena difícil. Me dijo que era porque no estaba lo suficientemente bien escrita y recordó lo que yo había disfrutado interpretando una escena previa, porque decía que esa sí estaba bien escrita. Al final, las dos escenas habían quedado bien, según él. Es lo que consigue un buen director. Nuestro placer depende de cómo lo estamos haciendo en el rodaje. Las escenas turbias suelen ser difíciles.
¿Se ha encontrado con grandes diferencias al trabajar con un equipo no norteamericano?
—Cada experiencia es diferente. He trabajado en grandes producciones de Hollywood, con equipos inmensos y jornadas larguísimas. Una de las cosas buenas en Europa es que las jornadas son más cortas. Estados Unidos es un país muy grande. He estado en producciones americanas que se acercan a la forma de trabajar de Fernando y en películas independientes de mi país con presupuestos muy menores que los de algunos proyectos europeos. Me encanta comprometerme en proyectos diferentes a lo que ya he hecho anteriormente.
Fernando Trueba comentaba que Isla perdida parece empezar como una película de Eric Rohmer y termina como un western.
—En cine, todos los directores siempre se refieren a las películas como westerns. Todo es un western porque hay tantas películas de este género y, además, contienen elementos de historias clásicas. Desde el principio, en Isla perdida, sabemos que no se trata de una simple comedia romántica.
En algún momento de la película, usted parece un cowboy.
—¿Sí? ¿De verdad lo crees?
Sí, o simplificando, un tipo muy duro.
—Eso debe ser porque me ves como americano. No quise interpretar a un tipo duro, pero es un personaje oscuro, con un pasado problemático. El cine es conflicto. Sin tensión, no hay película. No he interpretado a Max como si fuera un psicópata. Él trata de salvar el amor que siente, no es un sádico. Al abrir un periódico, te encuentras cada día con historias conflictivas. A veces, la pasión acaba en la dirección equivocada, en una obsesión. Isla perdida es una película de género, un drama. Por un lado, tienes que personalizar al personaje que te toca interpretar. Por otra parte, hay que apartarse de él.
¿Hasta qué punto necesita, como actor, confiar en el director?
—Una de las cosas que hacen muy grande a Lars von Trier es que, el potencial fracaso en una escena o película, se comprende como parte del proceso de filmar. Él intenta ir más allá, a veces sale bien, otras puede resultar ridículo, pero es parte del trabajo. Fernando Trueba es muy sutil, tiene buen gusto y toma las decisiones adecuadas. Es una de las razones por las que quería trabajar con él, sus personajes funcionan. Y ha habido una buena conexión con Aida (Folch). El director decía ‘Acción' y algo bueno sucedía. Lo sentía. Ella es muy buena y apasionada, y confía en Fernando porque ya había trabajado con él antes. Yo confiaba en él porque conocía su trabajo y porque me gustaba el guion. Es un estudioso del cine. Además, si confías en el director, aunque no estés de acuerdo con lo que hace, es cuando lo mejor de ti puedes llegar a la pantalla. Y tomas más riesgos.
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Un actorazo