La ralentización del crecimiento chino tiñe estos días de volatilidad los mercados al plantearse dudas sobre si alcanzará el nivel de crecimiento esperado para 2015. Sin embargo, nadie parece plantearse si dicho nivel inicial de crecimiento debería ser el más deseable.
Efectivamente, al ojear la prensa económica parece existir un acuerdo unánime en que la volatilidad financiera actual se debe en gran medida al hecho de que China no pueda alcanzar el nivel esperado de crecimiento del 7%. Muchos de los artículos hacen referencia a la crisis del modelo económico chino basado en el crecimiento, las exportaciones y sus dificultades para virar hacia un modelo más convencional en el que exista un mayor protagonismo de la demanda interna, especialmente del consumo privado. Ante esta situación el gobierno chino ha desplegado toda una serie de acciones que generan muchas dudas sobre su economía. El crecimiento chino es asombroso. Desde 1991, China experimenta una etapa expansiva en la que en su peor ejercicio (1999) su PIB aumentó un 7,6%. El PIB chino se ha multiplicado por 7 en 15 años, al pasar de apenas 1,031 billones de euros en 1999 a los 7,794 billones en 2014. Este crecimiento en términos de PIB per cápita se ha traducido en pasar de los 820 € por habitante en 1999 a los 5.699 en 2014, convirtiendo a China en la segunda potencia económica mundial.
Sin embargo, a nadie se le oculta que este ritmo de crecimiento se ha realizado en muchas ocasiones de forma miope, dándole la espalda a las normativas medioambientales, laborales, el respeto a la propiedad intelectual y a las libertades individuales. Pero el éxito ha sido tan grande que hipnotiza o acalla a las voces discordantes. China es tan grande y su ritmo de crecimiento tan poderoso que sus efectos se dejan sentir cada vez más, para bien y para mal, a nivel mundial. En estos años su crecimiento ha permitido compensar el menor ritmo de Europa y EEUU, manteniendo el ritmo de crecimiento de la economía mundial por encima del 3,5%. En plena crisis, el precio de materias primas como el petróleo, lejos de descender, se ha mantenido alto o incluso ha crecido a causa de la creciente demanda de países emergentes.
Paradójicamente, ante esta situación nadie parecía plantearse la sostenibilidad del crecimiento mundial si se producía una recuperación económica occidental y se mantenía el crecimiento de los países emergentes. Un crecimiento por encima de las mejoras de eficiencia tecnológica que permitan ahorrar recursos es a largo plazo insostenible. Para algunos autores, crecimientos globales sostenidos por encima del 2% o 2,5% implican incrementar el uso de materias primas acelerando el ritmo de extracción de recursos que hoy por hoy ya parece insostenible. Por tanto, el hecho de que el mundo crezca a un ritmo inferior al 3,5% anunciado por el FMI y especialmente en el caso de países como China no debería causar tanta inquietud. No debemos olvidar que el objeto final de la economía es la mejora del bienestar de los ciudadanos. Crecer económicamente es positivo pero si además se hace mejorando el balance medioambiental, laboral, las libertades individuales y cumpliendo los acuerdos sobre comercio y propiedad intelectual, el crecimiento será más sano. Es verdad que China debe cambiar de modelo de crecimiento pero dicho cambio no debe centrarse solo en el mayor o menor peso de la demanda interna o externa, sino que también en buscar su conciliación con la libertad de mercado y el cumplimiento de sus compromisos sociales, medioambientales e internacionales. Solo así contribuirá a la mejora del bienestar y la sostenibilidad global.
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