“Es que el trabajo hace ya tiempo que es una commodity como el cobre o el maíz, algo con lo que se negocia y que entra como ellas, y con su misma consideración, en el cálculo de los costes. Es decir, si para fabricar X piezas en un año hacen falta 1 Tm de cobre y 10.000 horas de trabajo, se aplicará el mismo tratamiento a los posibles proveedores de cobre que a los del trabajo, que son los trabajadores” (...). “Hoy se le da el mismo tratamiento a 1 kg de cobre que a una hora de trabajo debido a que el hecho de que esa hora de trabajo la genere una persona es puramente circunstancial. (...) “Hasta hace unos años, pocos, el trabajo se asociaba a la persona que lo desempeñaba, por ello un puesto de trabajo siempre se identificaba con una cara; pero ha dejado de ser así y menos así va a ser en el futuro”.
Insiste Niño-Becerra al afirmar que “durante muchos siglos se pensó, se creyó, se asumió que el trabajo era necesario para producir bienes y servicios: para generar PIB; y se pensó, se creyó y se asumió que a cada persona le correspondía un puesto de trabajo”. Lo que ocurre a día de hoy es que estos puestos de trabajo ocupados por personas acabarán siendo prescindibles y sustituidos por tecnologías crecientemente inteligentes.
Esta es la realidad que nos espera en un futuro que tenemos a la vuelta de la esquina.
En el 2020 habrá, según leo, 1.300 millones de jóvenes de entre 15 y 30 años en edad de trabajar, pero el mercado solo será capaz de absorber a 300 millones. La revolución tecnológica es imparable y las nuevas generaciones deben pensar que al terminar su ciclo formativo seguramente no dispongan de un puesto de trabajo a su medida. Así pues, no tendrán más alternativa que echar mano de su creatividad y capacidad inventiva para hacerse un hueco para conseguir formar parte de la nómina, cada vez más exclusiva, de las personas ocupadas. En definitiva, la tecnología elimina más mano de obra que la que crea y por lo tanto cada día que pasa es necesario menos capital humano para producir los bienes y servicios que serán necesarios en cada momento.
Así pues me resulta muy difícil imaginar las consecuencias de todo orden que las personas en edad laboral tendrán que afrontar ante este tsunami de las nuevas tecnologías (producción aditiva, internet de las cosas, robótica colaborativa, inteligencia artificial, etc.) que, además de cambiar el mundo a marchas forzadas, limitará en los próximos años la necesidad, en los términos hasta ahora conocidos, del factor trabajo.
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