¿Qué cree que pasaría si de repente nuestro país no pudiera acceder a las fuentes de energía extranjeras y los sistemas de emergencia no pudieran abastecer la demanda durante una semana? Con una pregunta similar a esta se iniciaba un artículo publicado en el informe mensual de CaixaBank Research. Pregunta profética si pensamos en lo acontecido desde hace mes y medio en el estrecho de Ormuz.
A mediados de mayo Arabia Saudí anunció que dos barcos cisterna suyos habían sido atacados en el estrecho, al mismo tiempo que los Emiratos Árabes Unidos anunciaban el sabotaje de cuatro barcos comerciales en aguas del golfo de Omán. Estos acontecimientos no fueron más que el preámbulo de lo ocurrido hace unos días, cuando un buque cisterna japonés y otro noruego fueron de nuevo atacados.
Por el golfo de Ormuz navegan diariamente unos 13 grandes superpetroleros que transportan el 33% del todo el crudo que navega diariamente por el mundo (datos de 2011). En total son unos 15,5 millones de barriles diarios, o lo que es lo mismo, el 17% del petróleo comerciado a nivel internacional. Esta enorme cantidad de crudo que representa casi 8 veces la cantidad que importa diariamente España, lo hace a través de un estrecho paso que mide 21 kilómetros de ancho.
Desde los años 70 el estrecho de Ormuz se ha hecho tristemente conocido para los economistas. De las 18 interrupciones de suministro de petróleo significativas habidas desde esta época, las 5 más importantes (que han tenido un volumen entre los 2,5 y 5,6 millones de barriles diarios) han tenido su origen en conflictos cercanos al estrecho. Todos recordamos la crisis de 1973 que casi cuadruplicó el precio del petróleo tras el conflicto entre los países árabes e Israel.
Igualmente recordamos la revolución iraní de 1978, la posterior guerra irano-iraquí entre 1980 y 1988, la invasión de Kuwait (1990-91) o la guerra de Irak posterior. En todos estos conflictos el crudo se disparó, la renta de los países importadores disminuyó y se produjeron efectos contractivos y duraderos.
El conflicto actual que parte de la denuncia de los acuerdos entre Estados Unidos e Irán, que tenían como objetivo frenar la proliferación nuclear en dicho país, amenaza de nuevo con crear un escenario inquietante. Irán desea frenar las sanciones reintroducidas y ampliadas por los Estados Unidos que dificultan la exportación de crudo del que es el segundo país del mundo con más reservas (137.000 millones de barriles), solo superado por Arabia Saudí, y el cuarto productor mundial.
Pero no solo son las razones económicas las que pueden estar detrás de esta posible venganza iraní, sino que debemos recordar las diferencias de liderazgo entre las ramas chiita y sunní que dividen el mundo musulmán y detrás de las cuales se encuentran Irán y Arabia Saudí. Existe una clara lucha por el liderazgo con conflictos continuos en lugares como Yemen o el Líbano que amenazan continuamente con desestabilizar la región.
Por tanto, Occidente y más concretamente Europa tienen una razón más para avanzar en la descarbonización de su economía y apoyar los acuerdos de París del 2015. La eficiencia energética y la evolución hacia un mix más equilibrado e intensivo en energías renovables es un objetivo estratégico.
Aumentar el peso de las energías renovables hasta el 32% y mejorar la eficiencia energética un 32,5% en 2030 con respecto a 2005, tal y como estableció el Consejo Europeo en 2018, nos hace no solo más solidarios con el medio ambiente sino también más inmunes a las recurrentes tensiones de Oriente.
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