Los socialistas Catalina Cladera, Nadia Calviño, Francina Armengol y José Hila, este lunes en el mitin central del 23-J. | M. À. Cañellas

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El ambiente era asfixiante. El bochorno no dio tregua y entró en la sala de actos de la Escola d'Hosteleria de la Universitat de les Illes Balears, que se llenó con dignidad pese a haber un ambiente de resaca y cansancio electoral tras la debacle del 28-M. Los asistentes al mitin, la mayoría de los cuales eran cargos del partido, familiares y, en definitiva, gente muy militante, aplaudieron cuando tocaba. También hubo algún responsable sindical. Todos los oradores socialistas basaron sus discursos en el miedo a la llegada de la extrema derecha, pese a que ese argumento dejó de funcionar hace tiempo, pues al PP no le están pasando factura sus pactos con Vox en diferentes instituciones, incluidos gobiernos autonómicos como el valenciano.

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El PSOE mantiene el mismo discurso con el que ganó en 2019, pero con el que perdió en mayo. Incluso Íñigo Errejón (Sumar), que aspira a gobernar junto a los socialistas, considera un error esta estrategia, según confesó en una entrevista con este diario. El discurso de los oradores, especialmente de la vicepresidenta Calviño, fue frío. Tanto solo Armengol, cuando denunció el odio que sus adversarios políticos desprenden contra el colectivo LGTBIQ, mostró cierta pasión en sus palabras. «Casi me ha salido una chispa», confesó a los periodistas entre risas al final del acto, al señalar el calor que había pasado.

Era el acto central del PSIB, pero no lució como tal. La intervención de la ministra fue muy tecnocrática, citando datos y reivindicando el papel de buen gestor de su partido, otro argumento que tampoco les funcionó. La izquierda debe innovar su lenguaje, si no quiere sucumbir al discurso de las derechas, que ya han encontrado el suyo propio.