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MÓNICA GARCÍA - MOSCÚ A tan sólo seis días de la celebración de elecciones presidenciales, el jefe de Estado en funciones y vencedor virtual de las mismas, Vladimir Putin, ha rendido tributo al instrumento de una victoria que ya comienza a saborear.

Su viaje a Chechenia, supuestamente con el propósito de entrevistarse con el alto mando militar, negociar la reconstrucción de la república y supervisar personalmente la situación en la zona, tiene un segundo objetivo: recordar la victoria del Kremlin (y por tanto su propia victoria) sobre los rebeldes chechenos en el territorio de la resistencia, en su capital, Grozni.

Su aparición ayer, copilotando un cazabombardero y en plena forma física, le garantiza al menos el mantenimiento de su popularidad en las encuestas. Dando la imagen de un triunfador sano y joven que vela por la integridad de Rusia, Putin tiene al electorado en el bolsillo.

El delfín de Boris Yeltsin ha optado por la cautela. En lugar de protagonizar una agresiva campaña electoral con promesas y descalificaciones, Putin se concentra en resolver cuestiones de Estado, a sabiendas de que el único problema que urge solucionar, por encima incluso de la acuciante crisis económica -con la que el pueblo ruso se ha acostumbrado a convivir- es la guerra en el Cáucaso.

Para contentar al 80 por ciento de la población que apoya su gestión en Chechenia, Putin se deja fotografiar en el centro de Grozni imponiendo medallas a las tropas rusas.