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En el caso concreto del precio del petróleo se está produciendo un fenómeno del que todos deberíamos tomar buena nota. Y al decir todos, nos referimos a unos consumidores que estaríamos obligados a ser conscientes de nuestra fuerza, algo que por cierto no siempre ocurre. En el fondo, el ciudadano de las modernas sociedades es quien siempre debiera tener la sartén por el mango en cuestiones de mercado, ya que sin él no existe mercado que aguante. Fijémonos bien. Los dirigentes de los principales países integrados en la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo) están hoy meditando muy seriamente acerca de la conveniencia de recortar la producción de petróleo ante el desplome de los precios. En efecto, tras las drásticas-y hasta tiránicas-subidas experimentadas desde principios de otoño, ahora el barril de «brent» (crudo de referencia internacional) roza los 25 dólares, su nivel más bajo desde el pasado 8 de mayo. El precio lleva cayendo desde hace tres semanas por una razón muy simple: y es que la demanda de crudo es menor de lo habitual en esta época del año. Baja la demanda, bajan los precios. Así de fácil. Dicen algunos que en el origen de esta menor demanda se hallan las bonancibles temperaturas de un otoño-invierno francamente atípico. Nadie niega que ello pueda influir pero también existen a buen seguro otras razones. Por ejemplo, el reinicio de las exportaciones de crudo iraquí. Juzgan otros que una especie de sensibilización general ante la «dictadura» impuesta por la OPEP y que ha generado un mecanismo de rechazo que incita a un menor consumo, tampoco es ajena a la cuestión. Sea como fuere, los hechos están ahí. El precio del petróleo ha bajado más de seis dólares desde el 1 de diciembre, en el que el barril de «brent» costaba 32'05 dólares en el mercado de Londres. Y si la OPEP, que controla dos tercios del mercado mundial, quiere mantener los precios y corregir la caída de los mismos, debe actuar con suma prudencia. De no hacerlo así puede pagar las consecuencias causadas por un mercado desorientado y un consumidor resabiado.