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Es Moll Vell de Palma congregó en la mañana de ayer a cerca de 350 nadadores dispuestos a tomar parte en una prueba popular que con los años se está afianzando y que cuenta en cada edición con un mayor número de participantes. Se trata de la travesía internacional Moll Vell-Portitxol, que ayer celebró el cuarto capítulo de su historia bajo la habitual organización de Santiago Casas y Moblerone.

Los atrevidos inscritos dispuestos a cubrir el recorrido, de 2.800 metros, estaban citados a primera hora de la mañana para iniciar una experiencia tan saludable como refrescante a estas alturas del verano. Entre el grueso de participantes había deportistas de todas las edades y en el punto establecido para la salida comparecían desde niños acompañados de sus padres hasta consumados especialistas y veteranos nadadores.

A las nueve de la mañana, los que habían confirmado su inscripción se zambullían en aguas de la bahía palmesana y enfilaban el camino hacia la meta habilitada para la ocasión en la playa des Portitxol. Mientras tanto, aquéllos que habían optado por no mojarse, tenían la oportunidad de realizar el mismo trayecto a pie a la vez que contemplaban desde tierra el desarrollo de la carrera. Es la principal novedad que presentó el evento de este año, en un intento de la organización por involucrar a mayor número de gente y ayudar a aquellas personas que no tienen la oportunidad de recorrerlo a nado. El primero en llegar a aguas del Portitxol y atravesar la llegada fue el nadador mallorquín Dani Vidal, perteneciente al Club Mediterrani, que empleó un tiempo aproximado de 33 minutos para cubrir los casi tres kilómetros.

Gabriel Servera, que durante el recorrido utilizó unas aletas y Rafael Ferrer llegaron posteriormente y tras ellos el goteo de participantes fue interminable. En la playa aguardaban familiares y miembros de la organización dispuestos a ayudar a los concursantes. El agua y los refrescos suponían el mejor bálsamo para los exhaustos nadadores, que a medida que tocaban tierra recibían como premio una camiseta y un diploma que acredita la travesía. Posteriormente y tras comentar los detalles y anécdotas que comporta una prueba de estas características, los participantes reponían fuerzas con una magnífica sardinada que tuvo lugar en las calles de es Molinar.