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Hasta ahora pocos ojos habían mirado hacia Argelia en esta crisis mundial desatada por el integrismo islámico de corte criminal, un olvido imperdonable teniendo en cuenta que es un país azotado desde hace años por esa lacra y, además, se encuentra a escasas millas de nuestras costas. Ayer la desarticulación en España de una célula terrorista perteneciente al entramado de Bin Laden integrada por seis argelinos pone en evidencia varios nuevos frentes en este peligroso asunto. Uno de ellos hace referencia a ese temor que todos estamos desarrollando y que si nadie lo impide se hará realidad: lo mismo que el 11-S hubo veinte jóvenes dispuestos a morir en atentados suicidas, quién sabe si en caso necesario "el ataque directo a Afganistán, por ejemplo", surgirán de las filas integristas no una veintena, sino cientos e incluso miles de voluntarios con ideas tan aterradoras como bombardear puntos estratégicos de cualquier ciudad europea. La detención de esos seis terroristas ayer en España viene a dar cuerpo a esas agoreras previsiones. Y viene a confirmar también que Argelia no es ese caracol encerrado en sí mismo que aparenta, sino que puede convertirse fácilmente en un «exportador» de técnicas criminales.

Así las cosas, cualquier precaución es poca. Hay que felicitarse por el éxito policial de ayer, pero, a tenor de lo descubierto, hay que extremar todas las medidas preventivas posibles. Siempre que no se caiga en la persecución feroz contra todo aquel que tenga aspecto árabe o acuda a rezar a una mezquita, en una oleada de racismo que también es necesario prevenir y detener antes de que se produzca. España siempre ha sido un paraíso para mafias y bandas criminales y quizá estemos sólo ante la punta del iceberg en lo que a terrorismo internacional se refiere.