Nueva York volvió a convertirse ayer en el centro del mundo, un
año después de los atentados contra las Torres Gemelas. La ciudad
de los rascacielos vivió un día solemne, de reflexión y patriótico;
una jornada centrada en las víctimas, «difícil y necesaria», como
recordó el ex alcalde Giulani. Afortunadamente, las lágrimas y los
minutos de silencio no estuvieron acompañados por discursos
políticos, innecesarios en este día de dolor para las familias de
las miles de víctimas que hace un año desaparecieron en la «zona
cero».
Mientras Estados Unidos se vestía de luto y evitaba alusiones
hacia Al Qaeda, en Irak se publicaba un fotomontaje en el que Osama
bin Laden posaba con la cabeza de George Bush en la mano y se
afirmaba en la prensa que la Casa Blanca «no ha aprendido la
lección de la catástrofe del 11-S». Las amenazas no han terminado y
los países involucrados en este conflicto aumentan. Mientras los
norteamericanos revivían el fatídico 11-S, en España, Jose María
Aznar, presidente del Gobierno, confirmaba en el Congreso su
respaldo a Bush frente al régimen iraquí. Y lo hacía basándose en
su deseo de estar al lado de los que quieren evitar la amenaza
terrorista en el mundo y apoyándose en la constante vulneración de
las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones unidas por
parte de Irak.
Los políticos hablan de vigilancia, de responsabilidades contra
el terrorismo mundial y de posibles acciones militares. Se olvidan,
lamentablemente, de que nunca es tarde para agotar las vías
diplomáticas hasta su extremo y conseguir un consenso internacional
antes de iniciar una nueva guerra. Ayer lloró Nueva York y
esperemos que no tengan que hacerlo más países en los próximos
meses.
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